Septiembre 20, 2024

¿Desigualdad? ¿En Chile?

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Chile hoy en día es el país de la OCDE con la mayor desigualdad en la distribución del ingreso, y a nivel mundial prácticamente lidera –de abajo hacia arriba –todos los rankings en la materia. Mala suerte para la “Suiza”, para la “Gran Bretaña” de América Latina. Quienes hablan de progreso con el hocico lleno de caviar y espuma Dom Pérignon, quienes alaban al Chile del “2020” con cifras de primer mundo, y quienes se enorgullecen de egolfsta sociedad “altamente tecnologizada” –e idiotizada –a menudo ignoran que entre un CEO y la señora proleta que limpia las oficinas del barrio alto, hay una diferencia mayor a treinta y seis sueldos

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 La cuestión de la pésima distribución de la riqueza surge de vez en cuando en la palestra mediática, pero no se engañen que no existe un afán real por analizar el tema de forma concienzuda y critica. Después de todo, los mismos propietarios de los medios de comunicación encabezan las listas de los más ricos de Chile, aquellos que juegan polo los fines de semana y que se regocijan en fiestas principescas en sus urbanizaciones exclusivas, mientras la mayor parte de los chilenos se endita hasta las orejas para pagar las cuotas de la lavadora y del televisor y para mandar a sus hijos al colegio menos malo de la pobla.

Muchos “filósofos” de barrio alto (de esos que visten poleras con la imagen del Che Guevara y arriendan un loft en Las Condes) critican a la clase trabajadora chilena por comprar lo que no necesitan en los grandes almacenes, en vez de destinar “las lucas” para otros fines. Por allí escuché el otro día: “mira tú pos oye, como se encalilla en un plasma la vieja huevona, en vez de ahorrar para una casa decente”, “los más desposeídos tienen refrigeradores, equipos supersónicos y hasta televisión satelital, y cacha el zaguán donde viven”. La estupidez de estos críticos de pacotilla les impide darse cuenta de la imposibilidad que tiene la clase trabajadora para optar a créditos hipotecarios con un sueldo que con cueva supera las ciento cincuenta lucas. Tampoco sus escazas neuronas les son suficientes para reparar en que con una población instruida en el consumismo irracional, un televisor en efecto ofrece un bálsamo para una miseria chilena realmente indigna, que impide (apelando a Sócrates) vivir una vida que valga la pena ser vivida.

Pero estos críticos no son los peores y al menos, frente a la cuestión de la desigualdad, tienen la “decencia” de justificar el accionar proletario en virtud de su escasez neuronal producida por un sistema que los mantiene felices en tanto pueden optar a las mentadas tarjetas de crédito.

Los peores son quienes tienen la tupé de negar que Chile es un país desigual y que hasta se indignan frente al planteamiento de la desigual distribución de la riqueza como un problema grave ¿Quiénes son estos señores dorados y rubicundos? Los mismos de siempre: derechistas de quinta categoría, defensores empedernidos de la bondad empresarial y de la belleza increíble de quienes tienen sus arcas repletas con la plata de todos los chilenos.

Sin ir más lejos, hace pocos días me topé con una columna de opinión escrita por un señor llamado Axel Kaiser (el enlace al final del presente artículo), quien desde su tribuna en el Diario Financiero ningunea la crítica a la desigualdad y quien además  tacha de “envidiosos” a quienes repudian un sistema como el chileno que perpetúa la miseria. No me voy a referir a su muy deficiente y pobretona interpretación del pensamiento de Karl Marx (por quien sólo siento un profundo respeto), sino a su total desfachatez y por qué no decirlo, total falta de educación y sensibilidad. Kaiser argumenta de la siguiente manera:

Asumiendo que la igualdad no es buena en sí misma, pues si así lo fuera una sociedad donde todos sean pobres sería buena y mejor que una donde algunos sean ricos y muchos sean pobres (¿Reductio ad absurdum?), es una falacia argumentar que la igualdad es necesaria en un estado democrático, a no ser que –como parece ser el caso –la sociedad sea irremediablemente envidiosa. Según un análisis del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo que Kaiser cita –sin mencionar la fuente –, “[…] El chileno reacciona mediante el descrédito del otro como manera de asegurar su propia estima” es decir, es “envidi[oso]”. Por lo tanto, la inferencia lógica es que quienes rasgan vestiduras ante el problema de la desigualdad y que exigen –como plantea Kaiser –mayor intervención estatal, operan bajo la sombra del resentimiento y de la envidia. Por ende la clase trabajadora chilena (¡la mayoría de la población!), es decir, la que padece los males de la desigualdad, es irremediablemente resentida y claro está, envidiosa. La clase trabajadora envidia el éxito y solaz alcanzados por el empresariado y en vez de disfrutar la vida con su sueldo digno, se empecina en atolondrar al Estado con demandas y exigencias de toda índole. Pero Kaiser aduce que tal vez no todos tengan un sueldo digno, y que por lo tanto, algunos podrían alegar que es precisa una intervención del estado. Sin embargo, Kaiser concluye que quienes no tienen lo suficiente para vivir dignamente, deberían trabajar más (son poco “productivos”) pues sólo su flojera los mantiene a la sombra de la riqueza, la fastuosidad y la grandeza de los que poseen las grandes fortunas chilenas. Por lo tanto ¡El problema de la desigualdad no se resuelve con la mami estado, sino con el trabajo puro y duro, a la vieja usanza!

Hay muchas cosas que criticarle al enfoque propuesto por Kaiser y creo que me tardaría una eternidad en responder a su “simpática” manera de reducir los problemas que aquejan al país. Sin embargo, trataré de abordar las líneas más polémicas de su argumento.

Jamás he leído a filósofo alguno que argumente que la igualdad en sí misma, es decir, la igualdad por la igualdad, sea buena y positiva tanto para la sociedad como para el agente (Platón hablaba de armonía interna, no de igualdad). Tampoco he oído a ningún critico de la desigualdad en la distribución de la riqueza (¡de esa desigualdad se habla!) alegar semejante estupidez. Por supuesto que el argumento es falaz si se considera a la “forma” –como diría Platón –de la igualdad como positiva sólo porque sí; en este sentido, dudo que un crítico de la desigualdad chilena proponga una igualdad en el teñido del cabello como buena en sí misma o una igualdad en el consumo de éxtasis como buena en sí misma a la par con una igualdad en la distribución de la riqueza. Por lo tanto, el planteamiento de Kaiser comienza con una premisa que es lisa y llanamente falsa. Continuando en el argumento, ¿Es posible considerar como serio un análisis sociológico que tilda de envidiosa a una sociedad entera? ¡Por supuesto que no! Esto se conoce como falacia de sobre-generalización: asumir que todo un grupo humano sigue un único patrón de conducta o que posee una sola característica determinada. A modo de ejemplo, es lo mismo que decir “todos los chilenos son rubios”, “todos los chilenos son heterosexuales” o “todos los chilenos aman el melón con vino”. Esto, por lo tanto, impide inferir que los chilenos son envidiosos y que los críticos de la desigualdad actúan motivados por lo que Nietzsche llamaba la “moral del resentimiento”. Y por último ¿Es posible afirmar que la falta de productividad, o en otras palabras, la supina flojera es el motivo por el cual la mayoría de la población gana un sueldo indigno? En este sentido, Kaiser falla al no reparar en que la mayoría de los chilenos son empleados asalariados, es decir, falla al no darse cuenta de que el campo de acción de la clase trabajadora se reduce a los horarios estipulados en los contratos de trabajo (y a las horas extras impagas), y que un sujeto promedio debe aceptar si lo que busca es no morirse de hambre él y su familia entera. Kaiser se equivoca rotundamente: la clase trabajadora es efectivamente productiva, de otro modo ¿cómo se justifica la productividad de quienes poseen las grandes empresas? ¿o es que los Matte, los Edwards y los Vial hacen rendir sus negocios con la ayuda de nadie? Por otro lado, Kaiser no toma en cuenta en su “análisis” la cuestión de la discriminación por género (el famoso gender bias del cual Chile es un experto) como una variable que afecta no sólo la productividad, sino que incide en la economía de cientos de familias donde los jefes de hogar son mujeres. Tampoco toma en cuenta las escasas oportunidades que no sólo la clase trabajadora sino que también algunos profesionales tienen a la hora de encontrar un puesto de trabajo digno, toda vez que provienen de los sectores marginales de la urbe o tienen la mala suerte –como prácticamente todos los chilenos –de tener ascendencia indígena.

Cualquiera podría alegar que constituye una pérdida de tiempo seguir contra argumentado las opiniones vertidas por miopes intelectuales como Kaiser. Sin embargo, creo que hay tanta gente en Chile que comparte esta visión y que encima se ubica en la cúpula del poder establecido, que parece imposible aseverar –y menos deducir –que la voluntad de hacer de Chile un país igualitario y más justo constituya una parte de los intereses de quienes tienen las riendas de esta sociedad obscena y delirante. “Pero la gente está saliendo a las calles” me dirán “Excelente” respondo. Sin embargo –y lo que de paso comprueba mi tesis –ya se ha anunciado desde palacio la voluntad de adelantar las vacaciones de invierno con el único fin, por supuesto, de acallar la disidencia ¿Qué se sentirá ser la banana republic de la OCDE? Pregúntenle al presidente y a su cohorte de ministros…

anibal.venegas@gmail.com  

El artículo de Axel Kaiser:

http://w2.df.cl/la-igualdad-y-la-envidia/prontus_df/2011-06-16/201422.html

 

 

 

 

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