Las marchas y protestas son parte del paisaje urbano en las sociedades democráticas modernas. Una marcha es la expresión de una protesta ciudadana, protagonizada – las más de las veces -, precisamente, por quienes no han tenido otras vías para manifestar sus puntos de vista. La marcha y la protesta es la voz de los sectores sociales más alejados del poder. Marchan y protestan los ciudadanos de a pie: trabajadores, estudiantes, minorías étnicas y sexuales. En una democracia marchan y protestan todos los ciudadanos que sienten vulnerados sus derechos.
Desde los balcones del poder y los privilegios resulta casi imposible comprender lo que significa una marcha y una protesta. De manera invariable, este tipo de manifestaciones son tenidas por amenazas, ante las cuales – por tanto – solo cabe la represión violenta. Este prejuicio es alimentado, casi de inmediato por las voces esclavas y serviles de muchos medios que hacen de la mentira su negocio y rasgan vestiduras contra el “vandalismo” y la “delincuencia”, olvidando de paso las dolorosas razones de quienes protestan en las calles. Cuando los estudiantes claman contra el lucro en la educación, por una educación gratuita o por un papel protagónico del estado en el ámbito educacional, están conquistando su propio pasado, están recordando decenios de luchas sociales que lograron avances significativos en esta materia en nuestro país. No estamos ante una quimera, estamos ante un reclamo moral frente a una situación vergonzante e inaceptable en un país que se reclama civilizado. Las marchas estudiantiles se instalan en un presente que nos trae la memoria de un otrora para restituir un principio de equidad y justicia social.
Las protestas y marchas actuales resultan ser una trama compleja de signos que acusan y reclaman. Ni parada militar ni carnaval, la marcha callejera posee la impronta de la comunicación no regimentada. Una marcha, habla y lo hace desde abajo, desde la vida común. Hablan, desde luego, las consignas que como un “mantra” urbano resuenan entre los edificios, hablan las pancartas que sintetizan en una palabra o en una frase tanta indignación contenida, hablan los rostros de quienes manifiestan juntos. Cuidado, en el paso de los miles subyace tenue y sutil el espíritu, el anhelo de justicia: Vox populi. Vox Dei. Diríase que el avance de la multitud por las avenidas de la ciudad resulta ser la metáfora inquietante de una historia siempre vigilada por las “fuerzas del orden”.
En la historia de las sociedades contemporáneas, las marchas y protestas suelen ser el preámbulo de un nuevo clima cultural que lucha por hacerse visible. Así, las protestas en París, Praga o Ciudad de México en los años sesenta, así en Madrid o el Cairo hace muy poco. Ante las marchas y protestas en las calles conviene no olvidar jamás que, finalmente, se trata de “nuestros” estudiantes, hijos, nietos, hermanos, “nuestros” trabajadores, en fin, “nuestros” ciudadanos que anhelan y reclaman una vida mejor. No olvidar este precepto básico es ya comenzar a desentrañar la dosis de verdad que se lee en tantas improvisadas consignas y pancartas, la dosis de futuro que se esconde detrás de cada grito apasionado, la dosis de libertad que se adivina en cada gesto.
*Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados. ELAP. Universidad ARCIS