Que la derecha y la Concertación aparezcan en las encuestas con números de urgencia y que al mismo tiempo los estudiantes den ejemplo de lo que es una movilización, no asegura que las cosas vayan a cambiar de aquí a poco.
No existiendo una idea que articule todas ese despliegue de energías, es difícil prever que el sistema entre en pánico, teniendo, como tiene, esa maravillosa capacidad para resolver sus crisis. No olvidemos esa clase magistral que dio la presidenta Bachelet cuando, mediante la más depurada de las operaciones de desactivación de la rebeldía estudiantil, finalmente capitalizó en su favor la exigencia por cambiar la ley de educación, el año 2006. En efecto, la ley fue cambiada, pero por otra peor, al extremo que hoy es la base de las reformas que darán por terminada lo que se conoció como “la educación pública”.
El régimen sabe sobrevivir. Sus cuadros tienen una capacidad infinita para entender las crisis como oportunidades, más allá de sus grandes diferencias. Expertos en el arte de resolver dificultades, se las arreglan para poner encima de la mesa lo que de verdad importa: sus propios intereses. Saben de sobra los riesgos que implica llevar las diferencias hasta más allá de lo manejable. Así, cuando la sangre amenaza con llegar al río, las alarmas suenan y los llamados a superar los incordios y las ofensas, hacen su efecto. Y por si falta algo, si es necesario desmantelar las movilizaciones y la bronca de la gente, entonces se convoca a los partidos a un almuerzo en palacio, después del cual se dice que no pasó nada, cuando, en efecto pasó. El mensaje de esos almuerzos es claro: la situación no conviene ni a unos ni a otros. Los efectos de la entrada de locos y del conejo guisado, los veremos en breve.
La derecha ordena las cosas, el sistema cierra filas y todo parte de nuevo.
Y es aquí donde debería entrar a tallar la Izquierda. ¿Y dónde está la Izquierda? Pulverizada, sin ideas, los izquierdistas levantan la voz desde distintos rincones. Sin un rumbo, se mantienen derivando sin saber qué hacer. Sin el más mínimo sentido de la urgencia, se toman un tiempo increíble para redactar sus acuerdos. Todo sucede con el paso cansino de quien tiene por delante todo el tiempo del mundo.
Justo ahora en que se comienzan a perfilar algunas acciones que desordenan el proyecto del régimen, hace falta que la Izquierda colabore en levantar ideas que ofrezcan una salida a lo poco que queda después de las movilizaciones y la agitación. Las exigencias que ponen en el tapete estas magníficas expresiones de bronca popular terminarán sin obtener los propósitos que las originan, tanto por las operaciones que ya está implementando el sistema -reunión del presidente con los partidos políticos, entre las conocidas, públicas y legales-, como por la falta de alternativas.
Pensar que es posible en el actual escenario modificar la Constitución para los efectos, por ejemplo, de definir a la educación como un derecho, es estéril. Para lograr tamaña hazaña, es primero preciso haber consolidado muchos espacios de poder. De las Constituciones que han establecido cambios en sentido progresista en América Latina, ninguna ha surgido antes de ganar, por lo menos, el gobierno.
Prisioneros de consignas inalcanzables, quienes las enarbolan están condenados a fracasar una y otra vez. Poner los bueyes delante de la carreta, como principio metodológico básico, significa proponerse objetivos alcanzables, necesarios y, lo más importante, que signifiquen algo para la gente. Pero para mañana, no para el siguiente siglo.
La Izquierda necesita aumentar su velocidad y convencerse que se necesitan acciones con altos contenidos de audacia. E imaginar una política que salga de los márgenes de las declaraciones públicas y ofrezca a la gente que sale a las calles, y de manera muy especial a la que no sale, ideas que tengan sentido y que superen los deseos de dirigentes y promotores. Y, sobre todo, que considere que quizás las cosas funcionan bien para mucha gente del pueblo. Y que a pesar de las deudas infinitas, esas tarjetas de pedir fiado por lo menos permiten, a rastras, con problemas y sacrificios, ir al supermercado y llegar con algo a la casa.
La crisis de la Izquierda se expresa en su falta de propuestas viables. No se sabe cómo se va a salir de las actuales movilizaciones. Podemos sospechar que no habrá cambios en la Constitución, ni en las políticas emblemáticas de la derecha. A lo sumo, se ofrecerá alguna mesa de convergencia una vez que la Concertación diga cuál es su precio.
Si hubiera una Izquierda audaz y pasada para la punta, la cosa sería distinta y esa gente movilizada sabría que de aquí a tanto, estaríamos en condiciones de jugar de igual a igual para disputar espacios de poder, en la medida que estas movilizaciones tengan objetivos definidos.
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 736, 17 de junio, 2011)