Si algo desconcierta a los ideólogos del sistema son las convocatorias capaces de aglutinar el descontento y malestar popular al margen de los partidos y sindicatos mayoritarios. La derecha las tilda de residuales y un peligro para la seguridad pública.
Quienes acuden tienen un plan concreto, desestabilizar la democracia, boicotear las instituciones y desacreditar a los representantes elegidos en las urnas. Los insultan, zarandeándoles e impidiendo cumplan con sus tareas en el Parlamento y los ayuntamientos. Son violentos y tienen conexiones con el terrorismo internacional. La prensa conservadora los descalifica, escudándose en los números. El periódico La Razón lleva el argumento a la portada: 22.971.350 votan el 22 de mayo; 125.000 manifestantes el 19 de junio.
El mensaje es claro: son pocos y constituyen un magma de gentes de mal vivir, donde se reúne lo peor de lo peor. La excresencia de la sociedad bien ordenada. Ácratas, homosexuales, punkis, izquierdistas, intelectuales, bohemios, actores, vagos, inmigrantes sin papeles y gitanos. Visten mal y emanan efluvios putrefactos. Su presencia perturba la paz y nos cuestiona las buenas maneras. Impide seguir robando, apoyando a políticos corruptos, usureros y banqueros sin escrúpulos. En el otro extremo de los detractores del M-15 está la socialdemocracia institucional. Sus ideólogos prefieren atacar por otro lado. Centra sus críticas en la falta de coherencia de la plataforma M-15. No tienen un programa mínimo, no se dotan de un líder permanente ni atinan a definir un enemigo. Son imprevisibles y entre ellos se cuelan los antisistema. Un día están en el Parlamento denunciando los planes de privatización de la salud, los recortes sociales y el trabajo basura. Al siguiente se plantan en la vivienda de una familia desahuciada y evitan sea expulsada de su vivienda, luego hacen asambleas y convocan marchas. Con tal activismo nos estresan, no hay por dónde meterles mano y ni ellos mismo se aclaran. Por último, y lo más grave en el medio plazo, está en convertirse en carne de cañón para los populismos neofascistas. En conclusión, o se atienen a derecho o les borramos del mapa. Con nosotros o sin ti.
Más allá del baile de cifras, fueron cientos de miles los ciudadanos que coparon las calles de las grandes capitales de España este domingo 19 de junio. Convocados originariamente desde un barrio popular de Madrid, Vallecas, en enero de 2011, por trabajadores en paro, tras el 15-M, su llamamiento fue cobrando fuerza y se convirtió en un punto de encuentro en las acampadas de las plazas. El objetivo de la marcha era decir no al pacto del euro, cuyas consecuencias inmediatas han sido el aumento del desempleo, la exclusión, la precarización laboral y la desigualdad. Resulta curioso que un problema, que es considerado fundamentalmente tema de expertos, sin repercusión en los espacios del debate político ciudadano, se halla convertido en un factor aglutinante del descontento, y sea capaz de movilizar a miles de personas. Sin duda, muchos de quienes han marchado este domingo 19 de junio desconocen el intríngulis del pacto monetario, pero son conscientes de sus repercusiones. Su fracaso en Grecia, Irlanda, donde se aplicaron recortes sociales y salariales para favorecer la tranquilidad de los mercados, es una realidad. En Portugal, el itinerario parece seguir el mismo rumbo. Su aplicación no se traduce en un alivio a las clases populares. Por el contrario las empobrece y beneficia al gran capital financiero y transnacional, quienes siguen llenándose los bolsillos y siguen viviendo de la sopa boba.
Así, con un eslogan contra el pacto del euro y sus consecuencias, las marchas recorrieron, al menos en Madrid, decenas de kilómetros. Desde la 10 de la mañana y los cuatro puntos cardinales, decenas de jóvenes, mujeres, emigrantes, jubilados y trabajadores en general se fueron sumando hasta converger en un grupo compacto que ocupaba las calles centrales de las emblemáticas avenidas de la Castellana y Paseo del Prado. Nunca, desde los años 70, se vivía una circunstancia parecida. Sin incidentes, no se respondió a ninguna provocación y en la Plaza de Neptuno, a las 14:30 horas, se concluyo haciendo sonar el Himno de la Alegría. Los marchantes mostraron civismo, responsabilidad y buen hacer, dejando sin argumentos a quienes los tachan de violentos. Luego la fiesta siguió en la tarde en medio de una acampada espontánea.
La próxima convocatoria, el 23 de julio. Cien miembros de la plataforma del M-15 de Valencia inician una caminata de 34 días, cuya última estación es Madrid. Será en pleno verano. Probablemente será otra demostración de la vitalidad de este movimiento. Su objetivo es hacer desde Madrid un llamado a la huelga general terminado el periodo estival. Hay muchos peligros en el camino. Sin embargo, el M-15, con todas sus contradicciones, que las tiene y no son desconocidas por quienes participan de él, ha sabido catalizar una demanda presente en la sociedad. Otra manera de hacer política y desde abajo. Todos los domingos desde hace ya un mes, cientos de ciudadanos, en toda España, participan durante horas en las plazas de sus barrios o pueblos, definiendo objetivos e informando sobre la marcha de los acontecimientos. En estas asambleas, la democracia se vive y se practica, ha sido rescatada de sus secuestradores, los mercados, la banca y una elite corrupta que sigue empeñada en no entender el significado de este movimiento cívico. No entienden de dignidad, por ello desprecian sus reivindicaciones. En conclusión, las marchas del fin de semana pasado, si hay que adjetivarlas, sin duda elegiría el apelativo de marchas de la dignidad.