Hay más de un aspecto del escándalo de La Polar que nos remite a las estafas financieras estadounidenses de los últimos diez años. No sólo los ejemplos de los ejecutivos de Enron y Goldman Sachs parecen haber inspirado a sus pares de La Polar, sino que los contextos financieros y normativos tienen también mucho en común. El capitalismo en su fase global reproduce desde sus ganancias a sus vicios, y lo hace como un virus.
Nada mejor para la expansión de las ilimitadas y bajas ambiciones humanas que la ocupación y conquista de un teatro de operaciones cuyas normas las impone el mismo conquistador.
La Polar ha desnudado al modelo de libre mercado desregulado, pasto de engorda propicio para empresas e inversionistas. Tras la publicidad, los jingles, la industria de los afectos ligada al consumo, vemos surgir prácticas bestiales amparadas durante años por la vulnerable y anómala legalidad vigente. Porque todos los antecedentes de reclamos contra La Polar ante el Servicio Nacional del Consumidor (Sernac) y las superintendencias -que datan de la mitad de la década pasada-, sólo han servido como simple anécdota o constancia. El problema de hoy, lo que vale para cualquier acción criminal, es haber ido demasiado lejos.
La Polar creció sobre la mentira, que en los mercados se llama especulación. Apostar y simular. Expandirse sobre la base de un crecimiento artificial, falseado, con deudas incobrables. Los ejecutivos de la tienda, que durante años se convirtió en un publicitado pero adulterado referente de éxito comercial, crearon una burbuja especulativa dilatando la deuda de clientes insolventes, que exhibían como capital para apostar en la Bolsa. Sobre la base de aumentar la deuda de clientes de escasos recursos mediante las “repactaciones unilaterales”, los ejecutivos de La Polar mejoraban la imagen de la compañía, aumentaban sus ganancias en la Bolsa, conseguían más créditos y engañaban a los inversionistas. La delincuencia de cuello y corbata actuando a sus anchas. Para decirlo sin rodeos, es la explotación y el abuso, expresado por ricos inversionistas que roban a los más pobres. Es la señora más humilde que paga en cuotas una secadora de pelo, porque no puede pagarla al contado, quien mantiene el nivel de vida y los gastos suntuarios de un grupo de estafadores.
Con el estallido de La Polar hemos visto el “modelo de negocios”, sobre qué condiciones se han levantado los imperios del retail durante los últimos años. Falabella, Cencosud, D&S y otros han amasado ingentes fortunas con las comisiones y altos intereses de los créditos de millones de pobres deudores.
Es el neoliberalismo actuando a sus anchas. El caso de La Polar es simplemente el desborde de un sistema que se mueve bajo los mismos objetivos: la rentabilidad, la ganancia por cualquier medio y a corto plazo. Porque si observamos y recordamos las decenas de miles de reclamos ante el Sernac, la mayoría inútiles, todos han sido por prácticas similares: colusión de precios, tarifas abusivas, tasas de interés arbitrarias, comisiones injustificadas, entre tantas otras trampas. Prácticas que responden simplemente a la naturaleza del libre mercado, que necesita la máxima rentabilidad y utilidad en el menor tiempo posible.
Si el consumidor ya sospechaba de estos abusos la gran evidencia es el caso de La Polar, cuya realidad supera a la más febril imaginación. Pero también confirma otra enorme sospecha. Esta estafa es la demostración palmaria de cómo Chile ha llegado a los actuales niveles de inequidad en la distribución de la riqueza. El problema de los ejecutivos de La Polar, piensa la ciudadanía, es haber sido descubiertos. Y si algún beneficio ha tenido este escándalo para los chilenos, es haber exhibido de manera impúdica cómo se hacen los negocios en el país.
El desenfrenado
afán de lucro
Esta visión sin duda que reforzará la actual percepción de lo que significa todo el establishment político y económico. Porque si el consumidor ya tenía la percepción de ser abusado por las grandes corporaciones y las casas comerciales, el caso de La Polar añade un nuevo elemento al creciente rechazo que hoy el ciudadano tiene ante las políticas de las grandes corporaciones y la institucionalidad económica: la percepción de vulnerabilidad y abuso ha sido reforzada. Lo que ha comenzado con HidroAysén y ha seguido con los planteamientos de los estudiantes, puede perfectamente ensamblarse con La Polar. Cada uno de estos casos tiene un mismo denominador común: el afán de lucro corporativo sobre los derechos ciudadanos.
Esta interpretación cruza a todo tipo de analistas y observadores, para quienes las cosas vienen muy complejas para el gobierno y la clase política en el futuro. En algún momento ha habido un gran quiebre entre las elites y la ciudadanía. El investigador del empresarial Centro de Estudios Públicos, CEP, Harald Beyer, dijo a la prensa que este episodio sin duda agudizará las críticas a todo el establishment. “Esto no tiene una dimensión política, pero es una señal potente: ¡Paremos el abuso!”. Crece la brecha entre la ciudadanía y la clase dirigente, entendida no como sector político, sino como elite en su totalidad. Porque al hablar de elite, es la que está presente en el directorio de La Polar y en la plana mayor de sus ejecutivos. Prácticamente todos son del entorno más íntimo de la actual elite política, tanto que muchos de los miembros del directorio eran, porque fueron con urgencia removidos, también miembros de directorios de empresas públicas. La ambición y la avaricia, sea pública o privada, parecen no tener límites.
Es por ello que esta estafa está imbricada no sólo con todo el sistema económico, sino también político. Ya desde los gobiernos de la Concertación hallamos a numerosos funcionarios de gobierno que formaban parte de los directorios de corporaciones privadas -desde Eugenio Tironi a Daniel Fernández, desde Ximena Rincón a René Cortázar, desde Jaime Estévez a Fernando Bustamante- lo que confirma la relación entre el gran sector privado con la institucionalidad política como las caras de una misma moneda.
La percepción del CEP se extiende a todo el sector privado. En las cúpulas empresariales, informaba La Tercera, “algunos creen que el fenómeno puede crecer de la mano de más descontento, pese a los actuales índices de crecimiento, empleo e inversión”. Como escribe el analista Ascanio Cavallo, hoy “la opulencia, la prosperidad, las grandes utilidades, los balances con gruesos números azules, el éxito económico, perdieron el prestigio que tuvieron en los noventas”. ¿Por qué? Porque el crecimiento económico ya ha sido entendido por la ciudadanía como un mayor enriquecimiento de los más acaudalados. La extrema desigualdad es estimulada por el crecimiento económico.
El escándalo financiero, levantado a modo de gran titular por todos los medios de comunicación, remece no sólo a los mercados financieros y a los consumidores: toca al gobierno y a la clase política. Pero impacta principalmente a toda la institucionalidad económica apoyada en el sistema financiero. Porque ha sido este el sector que ha impulsado gran parte del crecimiento económico de los últimos años.
Burbuja de consumo
amenaza estallar
Sobre la base de los créditos de consumo se han levantado imperios económicos durante la última década. El caso de Falabella, D&S y Cencosud hablan por sí mismos. La historia económica reciente está llena de estos casos especulativos. El escándalo de las subprimes en Estados Unidos, que sumergió a la economía mundial en una de las peores crisis financieras, tiene ciertos rasgos similares. En ambos casos estos operadores han creado una burbuja contable sobre deudas impagables. Si en Estados Unidos usaron el complejo mecanismo de los derivados para fragmentar y a la vez inflar esta deuda, en La Polar inventaron un método más simple: por medio de la repactación unilateral, las deudas crecieron también varias veces. Sólo había un problema: tanto en Estados Unidos como en Chile los créditos eran incobrables.
Si en Estados Unidos el escándalo de las subprimes desató la gran crisis, en nuestra escala es posible preguntarnos si el crecimiento económico, estimulado por el consumo interno, no ha estado apoyado en especulación, en la creación de una burbuja de créditos de consumo que en algún momento estallará. ¿No es el casi medio millón de deudores insolventes de La Polar -el 40 por ciento del total- una señal de que este boom consumista está próximo a detonar?
Las autoridades no saben, por lo desregulado que es el sistema, cuánto se debe, cómo se reparten estas deudas ni cuál es la capacidad de pago. Y si La Polar mintió de manera flagrante, ¿cuántos mienten de manera oblicua? ¿Por qué el firme rechazo corporativo de las casas comerciales a mantener la total desregulación del sistema? ¿Por qué la renuencia de las mismas autoridades a no alterar las actuales inútiles normativas?
Todos los estudios independientes concluyen que el elevado nivel de endeudamiento de los chilenos ha hecho crisis. En alta proporción los hogares están sobreendeudados. Las clases medias y los sectores de menores recursos han venido enfrentando sus gastos corrientes mediante créditos, lo que les ha llevado a un empobrecimiento general y creciente. Un dato de la encuesta Casen señala que el quintil más pobre entrega más de la mitad de sus ingresos al pago de deudas. El caso de La Polar se convierte en el gran ejemplo de cómo se hacen los negocios en Chile, nos explica en detalle cómo se ha producido la extrema desigualdad y nos relata cuáles son los causantes de nuestras penurias económicas
Golborne, precursor de las repactaciones
Laurence Golborne, ministro de Minería y Energía, fue, antes de asumir ese cargo, gerente general de Cencosud, la compañía controladora de Almacenes París. Durante la administración de Golborne, las políticas comerciales de este consorcio y la relación abusiva de la empresa con sus clientes desataron un escándalo que llegó a los tribunales de justicia, los que sancionaron a la empresa. Como Cencosud es uno de los grandes auspiciadores de la televisión y prensa escrita, el incidente fue en algunos casos silenciado y en otros deslizado bajo cuerda.
Cencosud aumentó la comisión por la mantención de la tarjeta Jumbo, al más puro estilo La Polar. Lo hizo de manera unilateral y arbitraria, a espaldas de los clientes, que no fueron informados previamente del incremento de la comisión: a partir de marzo de 2006 subiría desde 460 pesos a 990 pesos para todos los clientes que tuvieran un promedio de compras inferior a 50 mil pesos mensuales durante los seis meses anteriores a esa modificación. Y como los poseedores de tarjetas Jumbo Mas se calculan en más de cuatro millones, el negocio sumaba también muchos millones.
Tras millares de reclamos, los clientes de la tarjeta Jumbo, junto al Sernac, interpusieron en 2006 una demanda colectiva en el 10° Juzgado Civil de Santiago. Para el Sernac el cambio unilateral de las comisiones se estrellaba contra la Ley del Consumidor: no sólo se hacía sin el consentimiento de los clientes, sino que la empresa inventaba nuevas cláusulas. La no respuesta por parte del consumidor significaba la aceptación del alza. El Sernac exigió que se sancionara la infracción a la ley y que cesaran los cobros indebidos. Solicitó también al tribunal la devolución de lo pagado en exceso con reajustes e intereses, por todo el periodo o al menos desde marzo 2006.
La sentencia en primera instancia no pudo ser más categórica. Acogió la demanda anulando la cláusula objetada considerando que “el consumidor frente a la modificación pretendida por la demandada, nada puede hacer, imponiéndole la empresa una modificación sin su consentimiento. El silencio en los actos de consumo no constituye aceptación. Por ello no es suficiente la inactividad de los consumidores para entender que éstos han consentido en la modificación en sus contratos”, indica el fallo. La sentencia, además, ordenó a Cencosud restituir los dineros cobrados en exceso a todos los clientes.
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 736, 17 de junio, 2011)