Llegué una tarde de Junio a la desembocadura del imponente lago Quetru. Aún conservo intacto los recuerdos de ése día. Un pequeño de ojos vivaces y hablar cantadito, como hablan los niños del sur de Chile, me recibe. Julio es su nombre y tiene seis años de edad. Por su curiosidad, desplante, podría creer que tiene más años.
Viste un polar verde claro, botas de goma color rojo y cubre su cabecita una gorra con un sello conocido: “Hidroaysen” Es precisamente esa marca la que me lleva desde Coyhaique hasta el Río Pascua. Pertenezco a una antigua extirpe, una cofradía latinoamericana, de los que apostamos nuestro pellejo en las causas que creemos. Hablamos de lo que conocemos, amamos e incluso odiamos. Aunque el odio no es parte de nuestro inventario del dolor. Fue en las calles y marchas ciudadanas que fui empapándome de la importancia de dos ríos para nuestros ecos sistemas: el Baker y el Pascua. El primero lo conozco desde donde nace hasta su desembocadura en el mar. Admití mi ignorancia sobre el Pascua y decidí emprender esta aventura para conocerlo. Dos luchadores, Claudia y Peter, cada uno con sus trincheras, su historia, su ideología, pero unidos bajo una misma causa, una misma bandera “Patagonia Sin Represas” fueron importantes para saber como llegar y a donde quien. La Expedición no es fácil. Sin embargo las redes sociales, contactos, compromiso, ayudaron. Conservación Patagónica por medio de Paula, Daniela y Dago pusieron un vital granito de arena. Un médico, mecenas en causas nobles, ayudó. Con franqueza debo agradecer la colaboración del Cuerpo Militar del Trabajo, realizan una complicada labor abriendo camino en el austro chileno. La Carretera Austral se ha construido con esfuerzo y vidas de más de 40 militares. Es sangre patria derramada por una causa justa.
Julio me interroga ¿Y tú quién eres? dice mientra se deja fotografiar bebiendo un refresco en mini envase plástico. “¿Eres de Hidro?” Me sorprende la familiaridad de este pequeño con aquella marca de fuego que comienza a incendiar la Patagonia. Guardo silencio, para aumentar sus preguntas.
Al cruzar el Fiordo Mitchell desde Pto. Yungay al río Bravo, a bordo de la barcaza converso con Martín, Alejandro y Pilar, tres jóvenes que recorren la región buscando predios para comprar. Ellos dicen “Conservación” yo les retruco, molestándolos con un viejo chiste “Especulación” Me cuentan de sus viajes, de sus experiencias y hablamos de fotografía. Coincidimos que la posible construcción de represas en los ríos Baker y Pascua tiene conmovidos y nerviosos a los lugareños. Reflexiono con ellos que en estos viajes uno se encuentra con tres tipos de personas: Los empleados públicos, con los pobladores, que son los que menos viajan, y con los funcionarios de la Empresa Hidroaysen. El resto de viajeros entra en una nebulosa de compradores de campos, ambientalistas, exploradores, vaga mundos, turistas, etc. Al llegar al Bravo descendimos y en el cruce a Villa O’higgins y Ventisquero Montt nos despedimos y cada quien sigue su destino.
Julio tiene seis años y juega a orillas del Pascua. A veces juega con su fiel perro Roky, que ataja la pelota mejor que Casillas, otras veces juega solo. El niño de su misma edad, más cercano, está a más de 4 horas de viaje de su casa. A sus cortos años de edad Julio sabe de sondajes, prospecciones, oscuros túneles horadados en la montaña verde, helicópteros con vuelos rasantes y ensordecedores ruidos – “el taca taca” fue como bautizaron al helicóptero de la empresa, me cuenta- estruendosos ruidos de dinamita volando el monte. Sin embargo Julio debe jugar con la sombra esquiva de la incertidumbre. No sabe si seguirá viviendo a orillas del Pascua, ayudando a su padre, imitando aserrar un ciprés, remando las aguas del Lago Quetru y pescando percatruchas. No es la incertidumbre que Julio el próximo año debe entrar sí o sí a la Escuela en Cochrane, distante 5 horas de su casa, 125 km y un viaje de 45 minutos en barcaza. Sabe que en las vacaciones puede volver a jugar con su perro, remar las aguas del Quetru, acompañar a su padre a sacar madera de ciprés, columpiarse hacia el infinito. Eso lo sabe. Lo que no sabe es si su padre podrá resistir la presión de la Empresa y termine vendiendo este campo de cipreses y sea relocalizado, una versión moderna de reducciones (todos sabemos lo que históricamente han significado) “relocalizaciones” de pobladores que realizó la dictadura por los años ’80 ¿Quién se acuerda de esas escenas de pobladores cargados en camiones militares? ¡Qué frágil es la memoria!
Los días pasan en el Pascua. Cada día descubro algo nuevo. La nostalgia me invade. Muerde fuerte. Es el día del padre y pienso en mi hijo. Podría estar jugando con él, caminando por las calles de Coyhaique o entrando a un supermercado a comprar una golosina. “Uno no siempre hace lo que quiere, pero tiene el derecho de no hacer lo que no quiere” recuerdo ese poema de Benedetti. Mi derecho es no quedarme sin hacer nada, dejando que pase la historia. Mi derecho es dejar un ejemplo de compromiso. Julio no tiene un supermercado, ni siquiera una modesta tienda o almacén donde comprar una golosina, menos una fruta. Una naranja o manzana es algo que no existe en Lago Quetru, en las orillas del Pascua. Recuerdo que hace algún tiempo escribí en otro artículo lo siguiente: “Dos niños, a su corta edad, han desnudado a todo el sistema de protección a la infancia. Dos niños, con distintas historias pero un solo dolor, nos abren las venas de una sociedad perdida. Cristóbal y Francisca son nuestra conciencia acribillada. Cristóbal y Francisca son el rostro visible del capitalismo. Cristóbal y Francisca son las heridas abiertas de nuestro Chile que se acerca al bicentenario. Esos niños tienen como común denominador su origen de familias pobres, excluidas de los beneficios que produce el “chorreo”. ¿Dónde quedaron los discursos de la modernidad? ¿A dónde fueron a parar las ofertas y promesas electorales de que entraríamos a ‘la liga de los grandes equipos’? Discursos que se basan en estudios manipulados. Los que publican esos estudios los escriben desde sus cómodas oficinas. Son cifras sin sangre. Estadísticas impolutas, ausentes de barro, de humo. Ajenas a las sociedades paralelas donde viven los ‘cizarros’” Fue a causa del caso de Cristóbal, un pequeño infractor de ley, bautizado por la prensa sensacionalista como El Cizarro. Julio no es un cizarro y de una u otra forma, sin vivir en el Edén pero tampoco lejano, es parte de un modelo cuyo motor es el lucro. ¿Sabrá la Directora del SENAME, la Intendenta , la vocera del Gobierno (¿existe ella?), aquellos funcionarios que votaron aprobando el ecocidio o prestaron sus nombres, la existencia de Julio y sus incertidumbres?
Es el día del padre. Ya lo dije, pertenezco a una extirpe que pone su pellejo para demostrar sus ideas y convicciones. Que cree en los testimonios. Esa mañana un tibio sol ilumina las montañas, el verde de los árboles y las caudalosas aguas del Pascua. Busco un lugar con solitario, con sol, y me desnudo. Sé lo que hago. Sin dar lugar a que el aire helado congele mis pensamientos me sumerjo en las frías pero vitales aguas del Pascua. Al emerger siento que he vuelto a nacer. Temblando aún, me visto, me calzo las botas del deber y me sumo a las tareas de la casa. Julio juega con su perro mirando el Pascua. Noto que se ha sacado la gorra con el nombre de la Empresa. La reemplazó por una gorra cuyo logo pertenece al archirival de mi equipo de fútbol de niño. Río de buena gana. No le pregunto razones. Ese día de mi bautizo en el Pascua Julio juega como debe jugar un niño. Sin incertidumbres y sobresaltos. La batalla recién comienza. Julio ya no estará solo.