Que no se quede en el molde hecho sino que construya los que sean necesarios para este año, para este siglo y para el otro. Que destierre el arreglín, la cuchufleta y el acuerdo bajo cuerda.
Que haga lo posible por poner la carreta y los bueyes en su justo lugar, de manera que los esfuerzos que siempre terminan haciendo los que ponen el trabajo duro, y de vez en cuando el pecho a las balas y el lomo a las torturas, sea coronado con algunos éxitos, aunque sean pequeñitos.
Que se proponga arreglar el descalabro que hay en el mundo, partiendo por nuestro propio país, y en ese esfuerzo distinga la aritmética de la matemática, la agitación de la movilización y el fin de los medios. En particular, valorar la coherencia entre estos últimos.
Sea como sea la forma que adopte, debe ser democrática, condición sin la cual jamás podrá proponer, ni menos construir, una sociedad de verdad con esa misma característica y que practique esa manera de ser en su organización, en la cama, el bar, el trabajo, en la calle y en donde lo pille la necesidad de tomar partido.
El mundo que queremos en esas utopías soñadas, cantadas, recitadas se parecerá mucho a la manera en que vivan los que la construyan.
Nadie será disminuido por su orientación sexual, origen, tamaño, color, nacionalidad, peso, belleza, conocimiento, textura, vestimenta, ocupación, ni por ninguna característica impuesta por la voluntad de cada uno, por la naturaleza o por la brutalidad del capitalismo.
El más humilde de los adherentes debe valer tanto como el más empingorotado, y nadie deberá repetirse el plato por más bien plantado que sea.
Cuando se dice de lo adicto a las costumbres que es el humano, se olvida agregar que lo es con mayor razón a las que proveen un buen pasar y generan algunos niveles de obesidad y prepotencia.
Cada persona que haga un esfuerzo, en su forma y medida, por el resto de los humanos, merecerá el reconocimiento de sus compañeros y habitará en la memoria de todos cuando ya se haya ido, pero en especial, cuando todavía esté.
Que la izquierda sea respetuosa de la historia y no olvide a sus héroes y mártires. Los que han sido y los que serán, ya sabemos lo duro que, de tarde en tarde, resulta ser zurdo.
La izquierda en este siglo tendrá la risa desplegada por la alegría al hacer el esfuerzo de construir una sociedad en que la medida sea la felicidad de todos.
La auto flagelación y el sufrimiento como manera de exorcismo contra los flagelos y sufrimientos del mundo, y el martirologio como instrumento para la construcción de un país sin martirizados, no tengan cabida.
Sufrir, sólo por el amor no correspondido. Indignarse, en donde haya injusticia. Y vivir la vida disfrutando sus ofertas.
Una nueva izquierda requiere de nuevos izquierdistas. Una nueva dirigencia de izquierda requiere de nuevos dirigentes de izquierda. Si la edad no es un tema, con mayor razón no lo es la poca edad.
Quienes han caminado por muchos años en la izquierda deben compartir el espacio con los que recién se integran. Los viejos deben dar cabida a los jóvenes, los hombres a las mujeres, y ambos, a todos el que quiera y pueda.
La revolución cantada y contada no necesita cantores y contadores para que se hagan millonarios y después canten o narren para quienes puedan pagar. El arte debe dar paso a una manera de comunicar la belleza para todos, y que no sea condición el dinero para disfrutarlo.
Soñar con los ojos bien abiertos debería ser una de las consignas para una izquierda que se precie de nueva. Soñar, para ser capaces de imaginar la sociedad que construiremos para preservar la humanidad sobre la tierra. Y los ojos bien abiertos, para ver que los errores que se van cometiendo no se parezcan a los que ya se cometieron. Y para que veamos en qué quedó todo.
Y sobre todo, que bajo ninguna condición se obligue a nadie a no ver.
Una izquierda contemporánea debe asumir la pluralidad propia de los seres humanos, de los cuales no hay uno igual a otro. Unidad no es uniformidad y confundir una y otra es el origen de la tontera.
Y llegados a esas circunstancias, mejor nos vamos a casa.
Que al vino se le llame vino, al pan como pan y a la mentira, mentira. Decir la verdad deberá ser la norma. Y la consecuencia, es decir el actuar en la verdad, también.
Que no haya personas, ni libros, ni íconos sagrados. Toda vida que lo sea porque sí no más.
Sólo el humano se equivoca y se ríe. Para ser mucho más humanos requerimos reírnos mucho más y equivocarnos a cada rato. Sin que haya razón alguna para que estas categorías sean motivo de escarnio o punición, sino estímulo para volver a intentarlo.