Desde que por abandono del trabajo territorial la izquierda chilena decidió regalarle en bandeja el electorado popular a la
Dos de esas fórmulas mágicas se repiten como rosario irreflexivo en prácticamente siete de cada ocho reuniones de café o birra: la fórmula de la “tercera fuerza” y la fórmula del “gobierno de nuevo tipo”. Como ni siquiera un buen café gourmet evita que la paciencia se agote ante la derrota del principio de realidad, es ya urgente explicarle a nuestra querida izquierda cómo se las arreglan el sistema de partidos y el sistema electoral para hacer que ambas fórmulas sean no poco viables, sino directamente imposibles. Así nos evitamos seguir perdiendo tiempo recitando y refutando, y aprovechamos los cafés gourmet o las cervezas importadas para tertuliar sobre algo menos iluso.
La imposibilidad de “la tercera fuerza”
La fórmula mágica que plantea que la izquierda va a volver a ser protagonista, o al menos más relevante que en la actualidad, cuando sume más fuerzas y se equipare a la “centro-izquierda” y la “centro-derecha” es un lujo de fantasía por donde se mire. No sólo no entiende la mecánica del sistema electoral actual, sino que además expele una nostalgia insana (otra más) por el sistema de partidos de “los tres tercios” anterior al golpe de 1973.
En verdad no es tan difícil comprender cómo y por qué, en las condiciones actuales, el camino de “la tercera fuerza” es imposible. Sólo basta entender la lógica de funcionamiento del sistema binominal, algo que tampoco reviste dificultad. El sistema binominal ha logrado que un sistema de partidos fragmentado de 5 fuerzas (
Su modus operandi para reducir a dos, y sólo dos, todas las alternativas electorales no es un misterio. Como en cada distrito o circunscripción los partidos compiten por dos, y sólo dos, escaños, únicamente las dos fuerzas más grandes tienen posibilidades de quedarse con ellos de forma regular y sistemática, en elección tras elección. Y, en el marco de una estructura fragmentada de partidos, eso constituye el incentivo más poderoso para plegarse a cualquiera de las dos coaliciones predominantes. Fuera de ellas, es casi imposible que una fuerza por sí sola transforme su desempeño electoral, cualquiera sea, en escaños.
La consigna para sobrevivir en el binominal, por tanto, es “pliégate a una de las dos coaliciones dominantes o muere”. El caso más conocido (por lo ruidoso) de la aplicación de esta consigna es el del Partido Comunista, que durante 20 años fue incapaz de convertir su 3,5% electoral en un mísero escaño. Pero también están las anecdóticas incursiones en la lucha electoral de la así llamada “Unión de Centro Centro” en 1989 y del marido de una animadora de televisión en 2010, que, por efecto del binominal, tampoco lograron materializar en algún curul sus votaciones presidenciales de 15% y 20%, respectivamente. Para conquistar poder político en el marco del binominal, la única opción que les quedó a estas tres fuerzas fue (re)plegarse a una de las dos grandes coaliciones. Y esa es una demostración de cómo procede el binominal para reducir la oferta de alternativas políticas viables a dos, y nada más que dos: simplemente deniega cargos de representación popular a las fuerzas que no son asimiladas por las coaliciones dominantes sin importar si en una elección dada representan hasta un quinto del electorado nacional.
En un marco como el creado por el binominal, no hay espacio para tres fuerzas. Las terceras fuerzas, en la izquierda, en el centro o en la derecha, están condenadas a morir o, como el PC, a vegetar en la irrelevancia, que es lo mismo. Por esta razón, quien ofrezca el proyecto de hacer crecer a la izquierda hasta convertirla en una tercera fuerza está inhabilitado/a para liderarla y conducirla. No sólo demuestra con eso que no entiende las condiciones del marco político-institucional en el que debe desenvolverse, sino además que sólo puede sumir a la izquierda chilena en la irrelevancia absoluta per secula seculorum.
La imposibilidad de “un gobierno de nuevo tipo”
La segunda fórmula mágica, la del “gobierno de nuevo tipo”, carece aún más de sentido, lo que, por cierto, no ha sido obstáculo para que sea recitada (es más, rezada) con la mayor de las devociones por sus partidarios/as.
¿Exactamente qué significa “gobierno de nuevo tipo”? La fórmula evoca más el slogan de un producto bancario que una tesis política, y no parece referir a algo concreto y palpable. Todo/a aquél/la que usa las sesiones de café gourmet o de jugo de cebada fermentada para exponerla grandilocuentemente es incapaz de explicar su sentido preciso. Lo máximo que se logra sacar en limpio del balbuceo es que “un gobierno de nuevo tipo” sería algo así como la Concertación que se amplía hacia la izquierda con el objeto de construir una nueva mayoría política y electoral que le permita volver a ser gobierno. Con esta ampliación de la coalición, crecería el polo izquierdo, lo que, por ese mismo hecho, terminaría trasladando el centro de gravedad desde su diestra hacia su zurda.
Una izquierda de la coalición fortalecida, según reza el resto del rosario, podría ser más determinante en la definición de programas y negociación de cupos, dándole así más peso y visibilidad en la propia coalición a las demandas de transformación social y económica (!?). De esta forma, la nueva correlación de fuerzas haría más factible la ¿reforma? ¿transformación? del modelo económico y la institucionalidad política una vez que la nueva gran coalición logre volver a La Moneda. “Gobierno de nuevo tipo”, en definitiva, significaría algo así como la Concertación de siempre pero recauchutada por su flanco zurdo para volver a ser gobierno con un proyecto más abierto a las demandas de izquierda (!?).
¿Por qué es imposible este “gobierno de nuevo tipo”? Elemental Watson, elemental. Por la misma razón que es imposible una “tercera fuerza”: el binominal ha hecho que un sistema de partidos fragmentado se comporte en la práctica como un sistema bipartidista. Y todo sistema bipartidista es centrípeto. A diferencia de, por ejemplo, una estructura de tres fuerzas empatadas que, como la que existía antes de 1973, se disputan votos en los polos (sistema centrífugo), dos fuerzas predominantes, como las creadas por el binominal, se disputan votos en el centro. Si alguna se desplaza hacia su polo, entonces renuncia al centro y permite con ello el crecimiento de la otra. Y el crecimiento de la otra se produce, precisamente, hacia el centro abandonado por la fuerza polarizada.
Así, sólo en los términos abstractos del funcionamiento genérico de un sistema centrípeto, una ampliación de la Concertación por desplazamiento hacia su polo izquierdo supondría una grave estupidez política para la propia Concertación. Significaría, de hecho, reducir sus posibilidades de volver a ser gobierno. Pero si a esa reflexión abstracta le sumamos las complejidades concretas del actual escenario político chileno, con una derecha en franca arremetida hacia el centro y un PRI tratando de capitalizar cualquier escampada del PDC al oficialismo, la estupidez se convertiría en suicidio político. Es más, en este marco, la fórmula “gobierno de nuevo tipo” incurre en un oxímoron. Para ser gobierno, la Concertación no puede renunciar al centro; ergo, no puede ofrecer “un nuevo tipo”. Y viceversa: si apuesta a “un nuevo tipo”, esto es, a una polarización hacia la izquierda, entonces se obliga a despedirse del gobierno por renunciar al centro. Así de contundente es la penalización aplicada por este sistema electoral a cualquier intento de polarización. O la Concertación renuncia a ser “de nuevo tipo” o renuncia a ser gobierno, pero el sistema electoral no le permite ser las dos cosas a la vez.
Suponiendo que una ampliación de la Concertación hacia la izquierda no produjera un realineamiento de las fuerzas políticas, con su flanco derecho, el PDC, cambiándose (¡qué raro!) de coalición, en un sistema de partidos centrípeto como el que crea el binominal hay una sola forma de incorporar a los polos a los bloques dominantes sin afectar sus posibilidades de ser gobierno: la despolarización, el desplazamiento ideológico hacia el centro, el abandono de la radicalidad. En esto precisamente se fundamenta la fama de “moderados” y “garantes de la estabilidad” de los sistemas centrípetos. Obliga a las fuerzas polares a renunciar a cualquier pretensión de transformación social desde el sistema político para participar en la repartija de poder político. De lo contrario, sólo reducen sus posibilidades de convertirse en gobierno o de plegarse a una coalición con capacidad de serlo.
En el marco de esta lógica sistémica, una incorporación del polo izquierdo a la Concertación puede realizarse sólo a través de su despolarización. Y lo único que garantiza eso es un “gobierno de viejo tipo”, del viejo tipo que conocimos durante 20 años y que prácticamente nadie quiere repetir. Lo único “nuevo” es que el polo entra a participar en la repartija a cambio de su moderación, de su claudicación ante el orden político y económico, de su renuncia a cualquier transformación. Y ni siquiera eso es tan nuevo. Se llama “renovación”, y en Chile ya conocemos de memoria sus consecuencias.
El slogan publicitario “gobierno de nuevo tipo” evidencia que sus promotores/as no entienden nada de nada o que, entendiendo cómo funcionan las cosas, simplemente se están creando una coartada para disimular o esconder la motivación última de una claudicación, cuya verdadera fórmula sería: “…estamos chatos/as de no ser parte del festín del poder, así que renunciamos a nuestra pretensión de transformar la sociedad a cambio de un par de migajas”. En cualquiera de los escenarios, la fórmula “gobierno de nuevo tipo” no deja de ser sólo una triste contradictio in terminis.
Sociólogo. Militante del Partido de Izquierda – PAIZ. Twitter: http://twitter.com/Ego_Ipse.