La crisis educacional y el funesto proyecto de Hidroaysen han encendido la protesta social en Santiago y las grandes ciudades del país.
La movilización de cientos de miles de estudiantes y chilenos comprometidos con la defensa del medio ambiente serán el detonante que hará explotar todas las frustraciones acumuladas en más de dos décadas de post pinochetismo, en que los sucesivos gobiernos han sacralizado la herencia fatídica del Dictador en cuanto a la institucionalidad vigente y un modelo económico perverso que nos ha consolidado como uno de los tres países más desiguales del mundo.
A las promesas incumplidas por partidos y políticos, se suma la convicción popular de que la corrupción ha alcanzado niveles nunca vistos, envolviendo también severamente al gobierno de Sebastián Piñera quien recibiera muchos sufragios gracias al propósito que manifestó como candidato de terminar con la malas prácticas de los gobiernos de la Concertación. El caso Kodama ha recibido un drástico informe de la Contraloría General de la República que señala la realización de un ardid ideado por funcionarios públicos oficialistas y los ejecutivos de esta empresa para defraudar al fisco en una de las cifras más voluminosas en la historia de los asaltos al erario nacional.
El pueblo chileno ha acumulado mucha rabia por las injusticias flagrantes, por el ingreso precario de la inmensa mayoría de los trabajadores y la perpetuación de un régimen político en que los derechos ciudadanos siguen severamente conculcados. En la mantención, por ejemplo, de un sistema electoral que acota la representación en un puñado de partidos y dirigentes, que restringe el voto, limita la sindicalización a poco más de la décima parte del universo laboral, favorece la concentración informativa y reprime horriblemente las demandas de los pueblos fundacionales y de quienes se manifiesten en las calles reclamando cambios o denunciando arbitrariedades. En efecto, en las últimas manifestaciones nuevamente quedaron al descubierto la criminal provocación policial, calificada incluso como “ilegal” por la magistrada que observó las arbitrarias detenciones, así como las imágenes de la brutal represión de Carabineros.
Sin embargo, en la masividad de las últimas movilizaciones sociales, el país adquiere conciencia de que la protesta y la confrontación pública son el único camino viable para representar las injusticias y alcanzar un régimen político que termine con la parodia democrática actual. Después de tantos años y gobiernos, francamente la opción del diálogo está completamente caducada por las múltiples oportunidades en que las organizaciones sociales han sido burladas luego de establecidas las mesas de negociación. A esta altura, la apelación al diálogo que hacen políticos, dignatarios eclesiásticos y otros se constituye en una invocación hipócrita y únicamente destinada a aplacar la efervescencia social. Parece evidente que las instancias de plática no han logrado suprimir la terrorífica Ley Antiterrorista, ni conquistar un sueldo mínimo digno, ni avanzar en una educación de calidad, como tampoco frenar el desarrollo de proyectos aberrantes que degradan gravemente nuestros ecosistemas en beneficio de aquel puñado de empresas extranjeras que vacían nuestros yacimientos y se apropian de nuestros bosques, manantiales y altas cumbres. Además de los despropósitos de la banca foránea instalada en todo Chile, cuyo crédito usurero obtiene aquí las mayores utilidades del orbe, ante la complacencia de las autoridades.
Como en todos los grandes momentos de nuestra historia republicana, sólo de la mano de los jóvenes, los trabajadores y de los intelectuales concertados y movilizados es posible vislumbrar los cambios. De los nuevos líderes y también de sus propias organizaciones, sin caer en la ilusión de que los envejecidos partidos y entelequias sindicales tengan realmente el vigor y la disposición sincera de promover los cambios. Ni menos después de tantos años de apoltronamiento en La Moneda y el Parlamento, de tan flagrante connivencia con la alta clase empresarial, completamente seniles en lo ideológico y horadados moralmente en el ejercicio de la política electoralista.
Ojalá que la fresca irrupción en las calles de las nuevas generaciones no ceda en su independencia y diáfanos móviles. Que no se deje, esta vez, envolver ni manipular por los oportunistas que ya quieren medrar políticamente de esta irrupción social, luego de largos años de ensimismamiento cupular. Que sus líderes entiendan que sólo ellos deben conducir la justa rebelión, tal como lo hizo esa generación de jóvenes patriotas que nos legó la Independencia nada más que por sus fuertes convicciones, voluntad y arrojo. Tal como siempre ha ocurrido en todo el mundo y en toda la historia universal con los que escriben las páginas insurreccionales y libertarias.
Que convenzan a todo el país que nadie podrá obtener sus propias soluciones si éstas no convergen y asumen que lo que sucede en el trabajo, en la educación, en la cultura, en la información, en los tribunales y en todos los ámbitos de nuestro quehacer tiene explicación en un orden intrínsecamente injusto y minoritario que ya no admite cambios cosméticos y se impone derribar y reemplazar. Encarar revolucionariamente, con prudencia e inclaudicable resolución, la idea de un Chile Nuevo, pero sin transacciones ni falsas transiciones