Si es verdad que Daniel Fernández, -alto cargo permanente en los gobiernos de la Concertación-, gana 50 millones de pesos al mes como condottiere de la Hidra-Aysén, las dos empresas que controlan todo el tinglado compraron el cuento del tío. Acciona y Enel, depredadores europeos, no saben lo que vale la mano de obra de calidad mediocre en Chile.
Digo condottiere, -palabra que aprendí en mis cursos de historia del Liceo público, laico y gratuito de San Fernando-, porque expresa claramente aquello en que se transformó el ex Director de Sectra, ex presidente de Metro de Santiago y ex Director de TVN: un mercenario.
Condottiere, un tipo que defiende tal o cual causa mediante un contrato de alquiler. Como Bartolomeo Colleoni (1395-1475), que osciló entre los dineros que le pagaba Venezia para combatir a Milano, y las platas que le daba Milano para combatir a Venezia. Si los condottieri se hacían ricos, era porque se jugaban la vida en nombre de sus amos. Fernández, por el contrario, apenas se juega el salario. Y aporta poco. Se aprendió de memoria un par de argumentos, los repite mal, se contradice, y deja muy mal parados a quienes pagan sus servicios de condottiere sudaka.
Según esta mente privilegiada la Hidra-Aysén busca producir energía barata para reducir la factura que paga el personal. Lo suyo es pura beneficencia pública. Fernández y la Hidra-Aysén son una especie de Sor Teresa de Calcuta, pero de la Patagonia. Adam Smith debe estar revolcándose en su tumba, él, que consagró aquello de que lo que mueve al capital es el egoísmo, la codicia, la búsqueda de lucro. Todo lo cual, siempre según Adam Smith, conduce la economía hacia la eficiencia como una mano invisible. Gracias a Daniel Fernandez podemos decirle Adiós a la libre competencia como motor de nuestra economía.
A quienes osan discutir sus muy débiles argumentos Fernández los acusa de recibir dinero del extranjero, él, que recibe su paga de capitales italianos (Enel) y españoles (Acciona). Porque hasta nuevo aviso la Hidra-Aysén no produce ni un cuesco en la Patagonia, y solo ocasiona gastos: salariales, campañas del terror, limosnas para comprar voluntades, etc.
Cuando alguna voz se eleva para exigir que las decisiones relativas a la energía sean consultadas con el pueblo de Chile, Daniel Fernández contra argumenta que hay que respetar la “legalidad”. Esa que le permitió mangar en los cargos públicos y ahora en el sector privado del cual es mercenario, perdón, condottiere. Un tipo del PPD que, como sus pares de la Concertación, consagra como eterna la Constitución ilegítima y espuria que les niega todos sus derechos a los ciudadanos chilenos. Si aquí hubiese democracia, si hubiese República, no serían doce subalternos instruidos desde palacio los que “votarían” el sí o el no a la Hidra-Aysén: habría que consultar la voluntad y el interés general, conceptos ajenos a la formación de “técnico” que se arroga Daniel Fernández.
Como muy a pesar suyo constata que su discurso es hueco, echa mano a las comparaciones internacionales. A veces para decir que el proyecto de la Hidra-Aysén es elogiado “a nivel internacional”. A veces para contarnos que los argentinos, o los peruanos, o tal vez los burkinabé (plural invariable en lengua foulfouldé), decidieron hacer esto o lo otro, mientras aquí criticamos la excelencia de lo obrado por la Hidra-Aysén. Daniel Fernández no se pregunta si en esos países hay una Constitución democrática, ni si de vez en cuando el pueblo peruano y/o argentino envía de regreso al claustro materno la simple idea de privatizarlo todo. Si los peruanos, o los argentinos, deciden construir represas, allá ellos. Si tuviésemos que copiarles, habría que cambiar la eminente cultura de Piñera por la de Keiko o la de Ollanta. O la probidad de un Ricardo Lagos, por la honradez de un Alan García. No se ve muy claro lo que ganaríamos en el cambio.
Luego, cuando ya no le quedan municiones, el condottiere Fernández saca el argumento de autoridad: “Nosotros, como empresa…” Porque este mediocre testaferro cree que la “empresa” adoptó en Chile las cualidades que los creyentes le suponen a dios: omnisciencia, omnipotencia, trascendencia, eternidad. Daniel Fernández exagera cuando dice “Nosotros…”, porque él es un don nadie. Apenas un mercenario alquilado para dar y recibir cachetadas en una lucha mediática contra los derechos ciudadanos. El suyo es un sillón eyectable. Una vez el proyecto definitivamente aprobado por la burocracia que sirve obedientemente a nuestra oligarquía, o rechazado por las manifestaciones ciudadanas, Daniel Fernández será un pañuelito desechable que habrá que desechar. Luego, ese “como empresa” no exagera: abusa. Porque nadie le ha dado a la “empresa” la potestad de la cual nos privaron como ciudadanos: la de decidir lo que es bueno o malo para nosotros.
Condottiere, te digo.