Un estupor extraño recorre el mundo al conocerse los detalles del ajusticiamiento de Bin Laden. Entre contradicciones y carraspeos incómodos, funcionarios del Cartel de Washington, lo explican y vuelven a explicar.
Pero digamos las cosas como son. Que soldados norteamericanos desplieguen sus habilidades, usando para el efecto, helicópteros de última generación, visores que ven debajo del alquitrán y satélites que les indican el camino, para luego asesinar a un par de personas y después retirarse como si nada, no es algo nuevo.
Más aún, pasa con una frecuencia que acostumbra, tal como lo atestigua la historia de América Latina durante todo el siglo diecinueve, el veinte y la parte del que llevamos.
Inaugurada el año 1831, cuando los Marines, creados curiosamente antes de la declaración de
En 1847 soldados norteamericanos entran a Ciudad de México y cuando salen se llevan en sus alforjas Texas, Nuevo México, Arizona y California. En 1852 entran a Buenos Aires y en 1855 Walker, adelantado prohombre norteamericano, invade Nicaragua y se autoproclama como Presidente de Todo centro América
En 1889 le corresponde el turno a Cuba y ese mismo años las cañoneras norteamericanas bombardean San Juan de Puerto Rico. Los marines invaden República Dominica en 1905 y de nuevo en Nicaragua en 1914, quedándose hasta 1924. Desde 1912 hasta 1926, Cuba, Honduras y Nicaragua sufrieron reiteradas ocupaciones.
En 1947 derrocaron en Venezuela al presidente Rómulo Gallegos y en 1954, le tocó el turno a Guatemala, por cometer el delito de elegir el gobierno progresista de Jacobo Arbenz. En 1964, derriban al gobierno de João Goulart, en Brasil. Un año después los marines ocupan República Dominicana
Como algunos recordarán, a nuestro país le llega su turno el 11 de septiembre de 1973. Financiados por
En 1983 invaden la pequeña isla de Granada en el Caribe y a partir de ese año, toman partido directo por las dictaduras centro americanas combatidas por extendidas guerrillas, desde Guatemala, hasta El Salvador. En especial, cercaron
La única derrota que conocen en todo este tiempo, se la propina Cuba en 1961, cuando intentan invadir la isla por Girón. Desde entonces, seiscientas cuarenta veces han tratado de asesinar a Fidel Castro, en subsidio.
En todos estos casos fueron operaciones al margen del derecho internacional, violando la soberanía de los países y todos los derechos Humanos, dejando un estela de de crímenes imposibles de cuantificar.
¿Entonces por qué tanta extrañeza por la incursión de los helicópteros Black Hawk que apenas mataron a cinco personas? Desde el punto de vista cuantitativo,
Gerónimo se trató de una operación vista en tiempo real por el Presidente y su secretaria de Estado.
Quizás ese detalle morboso le adjudica algún tinte de originalidad a una conducta que los norteamericanos viene practicando desde que el Mayflower atracó en esas tierras, poco antes que la mano dura de esos inmigrantes medios muertos de hambre, diezmaran a los habitantes originarios, buena puntería mediante.
Lo cierto es que la extraña incredulidad que queda de manifiesto en mucha gente, no tiene que ver con un crimen vil y cobarde. No es porque esa joya de las operaciones comando sea algo nuevo en la conducta imperial.
Aunque la eliminación de uno que sabía demasiado bien puedo haber sido hecha por medio de una bomba inteligente, se prefirió una operación con algo más de espectacularidad cinematográfica porque, después de todo, la aplicación final de Gerónimo tiene, es más bien mediática y con explicables fines electorales.
Bin Laden fue ejecutado por los números de las encuestas, con vistas a las elecciones presidenciales del 2012. Pero eso tampoco es algo novedoso.
Muchos recordarán el explosivo aumento de la popularidad de George Bush, una vez que le declaró la guerra a medio mundo, cuando aún no se disipaba el polvo del derrumbe nunca del todo aclarado de las torres del World Trade Center. Ahora no ha sido distinto.
Con las elecciones ad portas, con una economía que no anda de lo más bien, con un par de guerras que resultan una pesada carga para el contribuyente, los asistentes de Obama concluyeron que era hora de actuar y qué mejor manera que hacerlo que despachando a un ex socio molesto. Por su silencio, Bin Laden recibió una oferta que no pudo rechazar. Y esa operación secreta significo un inmediato diez por ciento más en la popularidad del number one. Hasta aquí vamos bien.
Pero todavía nada de lo anterior es algo novedoso.
Desde la fundación de
Para los latinoamericanos estas ejecuciones sumarias, ilegales e inmorales no son cosa nueva. Se nos viene a la mente John Wayne, cruzando la soga sobre la rama más alta del árbol, y un cuerpo colgando ante las caras de éxtasis de los habitantes de un pueblo polvoriento del lejano oeste.
Tampoco es cosa nueva para los vietnamitas, cuya guerra comenzó con otra joya de la inventiva imperial: el incidente en el Golfo de Tonkín, que años más tarde se demostró una tinglado que le costó sesenta mil muertos a la juventud norteamericana y tres millones al Vietnam.
Ya antes, la eficacia de la cultura de muerte de los norteamericanos había sido probada con el ataque a las ciudades de Hiroshima y Nagasaki. Centenares de miles de personas muertas, hombres, mujeres y niños, fue el saldo inmediato del lanzamiento de dos bombas atómicas sobre dos ciudades japonesas, cuando ya este país se había rendido. Los otros centenares de miles vendrían después.
Entonces, que comandos norteamericanos maten a un hombre rendido, si se compara con el balance de crímenes en los doscientos treinta y cinco años de existencia de
Lo distinto en esta oportunidad es que el hombre que dio la orden de matar no parece un criminal. Más bien tiene una cara de inocencia que emociona.
He aquí algo novedoso y terrible. Un intelectual que despertó tantas simpatías y generó tantas expectativas en el mundo, transformado en un criminal confeso y publicitado.
Si esa misma orden la da cualquiera de los Busch, asesinos con cara de asesinos, con esa mueca cruel que endurece sus rostros de beodos, la cosa no habría sido tan dramática.
Pero que este flaco que camina como bamboleándose cual bailarín de salsa, este profesor de derecho con nombre de rey africano, Barack Hussein Obama II, Premio Nobel de
Ya estarán sus antecesores ganadores de ese curioso Nobel de
Estará el jurado del Premio Nobel deliberando su pronta disolución y disponiendo que los dineros que se ahorren se destinen a fines mucho más enaltecedores, como proveer de una tumba decente a cada niño muerto en los bombardeos de los Obama boy’s.
Una de estas noches, Barack, con un Jack Daniels en su mano, mostrará las fotos secretas de su proeza a Michelle, mientras sus hijas duermen, y ella lo mirará henchidas de orgullo y con todo el amor del mundo.