Para entrar al Centro Cultural de la Moneda lo hacemos por la parte más a la mano… entramos por Teatinos con la Alameda. Al ingreso de la escala hay un carabinero. Es un muchacho sureño. Delgado, ojos grandes, algo asustados, nos saluda.
Bajamos lentamente. Li, al bajar el tercer peldaño se detiene. Como espoleta revienta su boca en mi boca. Un desastre para aquellos que son hombres de hielo. El ímpetu de una muchacha que se apropia de todo. El carabinero desea intervenir. Un beso no es falta a la moral. Dos, ni tres, ni mil tampoco. Se usurpa hasta el estallido de un verso nacido por caso y se derriba el muro del pasado. Li enuncia guerra… de besos. Mis manos siguen bajas. No logro despachar las miradas del paco de guardia. Cierto que él no me podrá mandar al exilio por unos besos de una cabra acalorada.
Se destrona el pasado. Hoy se vive con otras vibras. Los cabros son atrevidos: sin respeto. Li lanza unos quejidos. Me toma una mano y la pone entre sus muslos. Ahora el paco no sabe si intervenir o hacerse el pajarón. Siento en la punta de mis dedos la humedad de una chiquilla caliente. Pareciera que todo el momento será confiscado por los carabineros. Li arriesga todo. Me siento desprotegido, indefenso. Miro al paco… y me entiende. Ahora cierra el paso a los visitantes y los manda a la otra puerta de ingreso. El carabinero parece estar en éxtasis. Ahora bajo unos peldaños hacia el sótano. Lejos de la mirada del carabinero Li se saca su trapo de calzón y difunde sus manos bajo mi pantalón. Se explora bajo el sótano las entrañas de una mujer apetitosa. Antes un golpe de Estado, ahora un golpe a la calentura nacida como protesta o aventura. Entre la deshonra y el desterramiento de una moral usada para vivir mintiendo y formando zombies como acarreadores de “nunca más pecaré”, Li lanza el grito de triunfo al sentir que un cuerpo extraño le quemaba su tina del placer. Me dijo que su orgasmo fue el más cuático de su vida. Ya repuestos de lo tan íntimo caminamos de la mano como si nada hubiese pasado. Abajo de la Moneda se siente el pira que respira en el baúl de la traición, el modelo del “Juro defender la patria”.
Caminamos por el estacionamiento de autos que antes lo llenaban las tropas fieles a Salvador Allende… Li siente ganas de volver hacer el amor…, porque sufre pìnchazos y detonaciones de calentura joven que expolian el momento. No podemos hacer nada. Tres hombres siguen nuestros pasos. Dos de ellos son gringos y el otro es chileno. Nos siguen; mejor dicho, me siguen.
No digo nada a Li. Se sabe que Piñera ha ordenado controlar a todos los chilenos que entran del exterior. En el Aeropuerto de Santiago se me pidió apellidos hasta de mis gatos. Somos chilenos con nacionalidad extranjera. El recibimiento es frío, como si fuéramos traidores de la patria. Mi pasaporte fue controlado por lado y lado. El agente de la policía internacional escribió con tinta roja unas anotaciones en mi papel de emigración… No me preocupó. En fin de cuentas lo hacían ya bajo la concertación: con mayor razón con el gobierno de hoy.
Llegará el Presidente de los Estados Unidos… me dice Li. Hoy nos siguen como si fuéramos terroristas. La falta de respeto de Piñera hacia todo su pueblo no ha sido denunciada: permitió que los agentes de la
Saco mi celular de mi bolsillo y pido a Li que me saque una foto que apunte hacia los tres agentes que me siguen. Los tres hombres, al ver que Li estaba por sacar la foto… pues se apresuraron y evitaron ser inmortalizados en mis apuntes.
Parecían turistas… es verdad… pero de frente a una chiquilla con un celular a punto de sacar una foto pues se convirtieron en agentes secretos.
continua