La partidocracia, es decir, la representación de la soberanía popular sólo en base de un único o de múltiples partidos es, a mi modo de ver, tan letal a la democracia representativa, como el populismo: ambos extremos terminan por transformar la soberanía del pueblo en una ramera, sirviente de un líder autoritario, o de un conjunto de mafiosos que, en nombre de una organización, pretenden dominar la vida política.
La famosa tesis de Michels se ha cumplido como una profecía en historia contemporánea de los partidos políticos: “toda organización de masas termina en una oligarquía”; la dirección siempre reemplaza al militante y actúa sin respetar su opinión. Los partidos políticos del siglo XX han sido la excrescencia de la democracia terminando, al fin, convirtiéndose en dueños que se reparten el botín del Estado.
En la clasificación de partidos podríamos distinguir a aquellos únicos, como el estalinismo y el fascismo – afortunadamente hoy desaparecidos – y pluralistas, como la Socialdemocracia y Democracia Cristiana que, en el presente siglo, han perdido todo sentido político y, por lo tanto, puede considerarse que su misión histórica fue cumplida.
Tanto en Chile como en los demás países del mundo los partidos políticos burocráticos del siglo XX son despreciados por los ciudadanos: en ningún país del mundo un joven, con mediano sentido común, ingresaría voluntariamente a estas mafias, salvo que esta acción lo llevara a detentar puestos fiscales y, aún mejor, a enriquecerse a costa del reparto del botín fiscal.
Como toda burocracia, la del sistema de partidos políticos chilenos ha construido conjunto de leyes que, aunque ilegítimas, les permita mantener el monopolio de la expresión soberana, emitida en las urnas – un sistema binominal que la mayoría de los hipócritas, sean de la Concertación o de la Coalición por el Cambio, dicen querer cambiar, pero que jamás lo harán; un universo electoral cada vez más viejo y una actitud de negación frente a la incorporación de los jóvenes en política -.
Al igual que en la vida económica, esta seudo democracia chilena adolece de una seria inclinación monopólica, es decir, se trata de que haya los menos bancos posibles, menos farmacias, menos retail…; el ideal sería que las pocas empresas que restan en competencia se fusionaran –Ahumada con las tres restantes y así en las distintas combinaciones entre ellas; algo similar debiera ocurrir en los partidos políticos actuales: baste con dos grandes conglomerados, Alianza-Concertación, con sus pequeñas subsedes
En nuestro país más del 80 por ciento de los encuestados rechaza a los partidos políticos y con mucha razón: consideran que sus dirigentes, la mayoría con más de 30 años en diversos cargos, tanto en Parlamento como en el Ejecutivo, nada tienen que ver con el bien del país, que ha tenido que elegirlos al no tener alternativas; sólo gente muy limitada mentalmente puede considerar elección cuando hay dos rivales, generalmente nominados por los partidos, con sillón asegurado.
Si algo define la palabra “conservador” es querer mantener la situación tal cual está; el famoso Acuerdo de limitar la posibilidad de presentación a las elecciones de quienes renuncian a los partidos es otra payasada en contra de la libertad electoral de nuestros conservadores padres conscriptos, que se han hecho famosos por succionar la teta de sus propios partidos y, lo que es peor, del Estado chileno. Camilo Escalona, Andrés Zaldívar, Ricardo Lagos Weber, entre otros honorables, firmantes de este adefesio de proyecto de ley, no pasarán a la historia por sus servicios prestados a la democracia, sino como sempiternos apitutados que no han hecho más que destruir, “para el bien del país”, a la fenecida Concertación que, de tiempo en tiempo, emana putrefactos y adormecedores olores.
Elegir entre la partidocracia y el populismo es una gran estupidez: ambas alternativas tiene como único objetivo la destrucción de la democracia representativa. Mientras sigan subsistiendo los Escalonas, los Lagos y los Zaldívar, “la política chilena será una mierda”, como bien lo dijera, en un instante de lucidez en alguna ocasión, el diputado Moreira.
Rafael Luis Gumucio Rivas