Querer y servir efectivamente a la patria es procurarle las mejores relaciones con sus países vecinos y buscar que todos sus recursos sean bien aprovechados para el crecimiento económico, social y cultural de su población.
En un país de tantas carencias y desigualdades, perpetuar la posibilidad de un eventual conflicto de Chile con Bolivia y Perú constituye un fracaso rotundo de nuestra política exterior, que en más de cien años no ha sido capaz de construir una sólida convivencia con estas naciones y se obliga a disponer de millonarios recursos para la compra de armas y la mantención inútil de fuerzas armadas que se benefician de la industria de la guerra.
Más de cien años en que nos hemos consolidado como el país militarmente más poderoso del área, pero también como uno de los más desiguales de la Tierra. Aviones de combate, fragatas y tanques le roban presupuestos a la educación, las viviendas dignas, a un sistema de salud decente. Como se ha señalado tantas veces, la adquisición de uno sólo de los F 16 le cuesta al país más que una biblioteca, varias escuelas y miles de becas para los estudiantes más talentosos. Al mismo tiempo, se apela a la defensa de nuestra soberanía, mientras se les regalan prácticamente nuestros yacimientos a las empresas foráneas, se entregan concesiones bochornosas a la explotación de nuestros recursos hídricos y en todo el sistema crediticio debemos observar ingentes utilidades que, como las del cobre, la pesca y la actividad forestal, emigran al exterior y poco o nada dejan en Chile en cuanto a sueldos dignos y protección de nuestro medio ambiente.
A todas luces, el tratado firmado con Bolivia después de la derrota que Chile le propinó con la Guerra del Pacífico sólo se explica en este triunfo bélico de nuestro país. En que el sacrificio de los feroces combates recayó, por lo demás, en miles de civiles reclutados por la oficialidad, a excepción del heroico sacrificio del capitán Prat y un puñado de uniformados, mientras las cúpulas de la oficialidad observaban el conflicto bien guarecidos en la Capital. Dos extensas y ricas regiones se sumaron a nuestra geografía política muy en contra del sentimiento de peruanos y bolivianos, tanto es así que por más de un siglo hemos enfrentado litigios diplomáticos y la demanda de estos últimos por recuperar su salida soberana al Océano Pacífico en apenas un corredor en ese inmenso desierto que les arrebatamos. En una guerra, para colmo, acicateada por las inversiones británicas en el norte que prefirieron el “buen trato” chileno a la posibilidad de pagar los tributos que, con justicia, los otros quisieron imponerle por la explotación del salitre.
Sólo la obstinación de nuestros sucesivos gobiernos, la “causa” que mantiene los privilegios de la clase uniformada, como los intereses imperiales que se imponen en el negocio de la compraventa de armas se oponen a una solución que llevaría aparejada la posibilidad de consolidar una amplia y rica zona de paz donde con bolivianos, peruanos y argentinos compartamos, en patrimonio común, los enormes recursos naturales del Desierto de Atacama, del mar, del altiplano y de la Cordillera de los Andes. Superando, con ello, los arcaicos conceptos de soberanía que nos dividen y accediendo a una dignidad que surge de la integración real de nuestras naciones y territorios. Junto con la posibilidad, además, de hacer frente en conjunto a la inicua voracidad de las grandes potencias.
Parece vergonzoso que políticos y partidos que se declaran progresistas no se avengan a una fórmula que, más allá de darle salida al mar a Bolivia, se propongan el objetivo ético de la paz estable y el desafío –en beneficio de todos- de borrar las absurdas demarcaciones que nos separan. Personaje y referentes que se llenan la boca todos los días con conceptos como “globalización”, “mercado común” y “antiimperialismo”, pero en la práctica lo que han hecho es someter a nuestras naciones al dominio de los países industrializados y los poderosos consorcios anónimos que se enseñorean gracias a las dádivas que le entregan al financiamiento de la política y las generosas coimas que reparten para sostener la más lucrativa de las actividades: la carrera armamentista.
Los últimos gobiernos han abrigado una cínica agenda de diálogo con Bolivia, en el evidente propósito de dilatar una solución y dejarla para las administraciones posteriores. En el reconocimiento de que carecen, por cierto, del talante de los verdaderos estadistas para emprender grandes soluciones a nuestros crónicos problemas. Consientes, por ejemplo, que no les llegan a los talones a los grandes líderes europeos que después de dos guerras brutales hicieron de un continente una soberanía común de progreso y paz. Políticos y militares criollos que apenas nos aparecen unos verdaderos pigmeos enfrente de personajes visionarios y revolucionarios como Bolívar, San Martín y O´Higgins que 200 años atrás ya visualizaron una patria común.