Noviembre 24, 2024

Galaxia Santiago de Chile (III)

estacions

estacionsTodo lo que se mira se ve depauperado. Hay dependencia del “te veí bakan”. Sumisos hasta los sobacos.

Nadie delata a nadie. Pasamos por la Estación Central. Ahí se insulta la libertad, se oprime a los chilenos con el “cuidado, no use collares ni aros porque se los robarán”. El chofer cierra las ventanas de su coche. “No hay salud, señor, aquí le pueden robar hasta los ojos si son bonitos”. Para andar en Santiago hay que tener valor, me digo. El taxi se detiene. Todos las personas cruzan las calles sin preocuparse si es rojo o verde. Revelan en sus pasos que van apurados: ¿Apurados? ¿hacia dónde van tan apurados?”, todos corren en las calles, todos mudos: se acabó el piropo callejero del “te comería, mamita”. Adiós al coqueteo femenino; adiós a la seducción: fin del vampirismo, hoy se engatusa al hombre y se alaba su vanidad de cojudo. Hoy es más pícaro un perro vago que un informal: “ ¿busca compañía, guashito?”.

 

 

 Doblamos hacia la calle Exposición. A la izquierda se ven los colectivos que se van llenando de pasajeros. Unos van hacia Rondizzoni, otros hacia San Joaquín. Todo se ve muy frívolo. Estéril. Todo se ve como carne salteada: todos han sido cogoteados, me dice el chofer. Antes uno estaba frito… hoy se ha convertido en estofado del delincuente atorrante o corbateado.

Adiós al hechizo de un Santiago nacido para pizpiretas pero que se ha impregnado de superficialismo yanki. Me restrego los ojos. Llego a la casa limpia; ahí no tenemos la fámula mujer del norte o del sur: se siente la frescura, la pureza de las plantas, del viento que cruza las puertas para refugiarse en la madera de un sillón o de una mesa… Pago al chofer sus 10 mil pesos por el viaje y le deseo un lindo día.
Continua

 

Agregar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *