Una alarma en cadena recorre el mundo, luego de la emergencia nuclear declarada en Japón como consecuencia de los impactos sufridos por el terremoto y posterior tsunami del 11 de marzo. Ninguna nación vinculada a la generación de este tipo de energía ha quedado al margen de lo sucedido en las plantas de Onagawa y Tokai y Fukushima Daiichi.
En esta última instalación, según la empresa Tokyo Electric Power Company (TEPCO), se reportaron los mayores daños, provocados por un incendio en uno de sus reactores y fuga radioactiva a la atmósfera.
Las reacciones han ido del pánico, la condena, la suspensión de programas, el acaparamiento de medicamentos, la evacuación masiva, el encierro en sus casas, y hasta a la retirada de reporteros de la cobertura del maremoto.
Lo sucedido en la nación nipona es hoy la mayor tragedia después de la Segunda Guerra Mundial.
Por los altos niveles de radiación en la central de Fukushima Daiichi -500 milisievert-, desde este miércoles se interrumpieron temporalmente las labores en la planta, para devolver la electricidad al segundo reactor, informó TEPCO.
El terremoto y posterior tsunami del día 11 cortaron la electricidad de los sistemas de refrigeración de tres reactores.
El gobierno japonés advierte a los habitantes de Tokio no ingerir verduras, ni dar agua del grifo a los bebés, luego de confirmar dañinos niveles de radioactividad.
En tanto, Alemania resultó el primer país en suspender la prolongación del funcionamiento de siete centrales, con más de 30 años en explotación, en tanto se revisen sus estándares de seguridad.
El presidente Barack Obama ordenó revisar los procedimientos en todas las plantas estadounidenses, y su homólogo ruso, Dimitri Medvedev, confirmó de inmediato la seguridad de la futura central electronuclear (CEN) a construir en Turquía.
También el presidente Hugo Chávez decidió congelar los planes preliminares de Venezuela para el desarrollo pacífico de esta fuente.
Con las medidas adoptadas, volvió a avivarse la vieja polémica sobre los riesgos del uso de esta energía, y su efectividad en el futuro suministro global, ante los imperativos de crear un nuevo paradigma energético en las décadas por venir.
La era petrolera está llegando a su fin, y todavía no se prescinde de los hidrocarburos, ni son protagónicas fuentes de energía más limpia y renovable.
Por día el planeta resulta cada vez mas acosado por la volatilidad de los precios del crudo, los impactos del cambio climático, conflictos y otras catástrofes naturales.
A pesar de la oposición de movimientos ecologistas, la energía nuclear apunta entre las principales sustitutas del petróleo. Actualmente aporta el 16 por ciento de la electricidad mundial, según datos del Organismo Internacional para la Energía Atómica (OIEA), de Naciones Unidas.
Algunos gobiernos han impulsado su desarrollo, sobre todo en Europa y Estados Unidos, como parte de sus políticas para reducir la emisión de gases de efecto invernadero, ya que esta tecnología no los genera de forma directa.
No obstante, desde hace varios años resulta claro que su supuesta ventaja económica, comparada con la de los hidrocarburos, es un espejismo. Sus costes constructivos son casi prohibitivos.
El OIEA apunta que el uso de este tipo de fuente crecerá al 20 por ciento para el 2020. Hoy el mundo tiene una capacidad instalada de 366 GW, debido a la expansión en China. En el planeta funcionan 440 reactores y otros 200 están en construcción.
Estados Unidos es el mayor productor a nivel global, con casi un tercio de la capacidad mundial; seguido por Francia, con el 18 por ciento, y Japón, con el 12.
Según Guenther Oettinger, comisario de Energía de la Unión Europea, la iniciativa del gobierno alemán supone un giro dramático para una región donde se estaba considerando un renacer parcial de la energía nuclear hasta esta última semana.
La UE propuso además realizar pruebas de estrés en sus centrales para comprobar si pueden lidiar con una crisis como la ocurrida en Japón.
Oettinger cree que es hora de preguntarse si realmente Europa, en un futuro cercano, podría asegurar sus necesidades energéticas sin recurrir a este tipo de generación.
David Sarquis, profesor del Departamento de Estudios Sociales y Relaciones Internacionales del Tecnológico de Monterrey, México, insiste en la necesidad de revisar, a nivel gubernamental, su actual uso y desarrollo, en lo adelante.
Aunque las lecciones de Chernobyl han sido útiles, comenta, la actual situación nos obliga a pensar más en los inconvenientes de las CEN en los esquemas de producción energéticos.
Paul Isbell, investigador principal del Real Instituto Elcano, afirma que la crisis nipona impactará gravemente en el desarrollo de esta industria a largo plazo, y limitará su renacimiento en varias regiones del planeta, específicamente en América Latina.
Con el paso de los días, asegura el también director del programa La geoestrategia de la energía, serán más significativos los daños en Fukushima Daiichi, los cuales podrían derivar en una catástrofe humana.
A su entender, la expansión nuclear en la región latinoamericana se limitará por el incremento de las incertidumbres y los costes en materia de seguridad.
“En el futuro energético de América Latina esta fuente será irrelevante”, afirma.
De aquí al 2030, está prevista la entrada de entre siete y 21 nuevos reactores. Hoy la región cuenta solo con seis, divididos entre Brasil, Argentina y México.
Colombia, Chile, Ecuador, Perú, Uruguay y Venezuela han anunciado sus intenciones de crear programas de energía nuclear, aunque el presidente de la nación bolivariana recién acaba de congelar sus incipientes planes de desarrollo en este campo.
Para el mandatario chileno, Sebastián Piñera, a pesar de lo sucedido en Japón, es importante continuar con el fomento de este tipo de generación.
El gobierno de Piñera acaba de rubricar un convenio nuclear con Washington, a propósito de la visita de Barack Obama a Chile, el cual ha suscitado el repudio de diferentes sectores políticos, organizaciones sociales y ambientalistas.
Mientras, en Fukushima Daiichi continúan luchando contra las secuelas del maremoto del 11 de marzo, aunque por día se hace más fuerte el terremoto nuclear que replica por todo el mundo.