La prensa empresarial destacó hace unas semanas la compra de la viña californiana Fetzer Vineyard por Viña Concha y Toro por 238 millones de dólares. Se trató no sólo de la mayor adquisición de la viña chilena en el extranjero, sino de la mayor inversión extranjera de este rubro. Pero sin duda el negocio destacaba por su gran simbolismo: la Viña Concha y Toro se sumaba al proceso de expansión de las inversiones chilenas en el exterior, ya bien profusas en Latinoamérica, para hacerlas llegar al corazón mismo del capital. En la actualidad, EE.UU. es el quinto receptor de la inversión chilena en el extranjero, con un total de 3.700 millones de dólares.
Chile es desde el 2004 socio comercial de Estados Unidos a través de un Tratado de Libre Comercio que los gobiernos de la Concertación persiguieron durante casi 15 años. Se firmó durante la administración de Ricardo Lagos y se levantó como un triunfo, como el ingreso, se repitió, a los grandes mercados. A partir de entonces las exportaciones chilenas ingresarían a los mercados y supermercados estadounidenses de forma privilegiada, en tanto los productos y las inversiones de Estados Unidos tendrían también especiales garantías para asentarse en estas latitudes.
Pese a la globalización y a la fuerte presencia de las inversiones europeas y, especialmente españolas, Estados Unidos continúa como el principal inversionista extranjero en Chile, con cerca de 20 mil millones de dólares. Entre 1974 y el 2009, del total de inversiones foráneas en el país, el 26,4 por ciento corresponde a EE.UU., seguido por España, con casi el 20 por ciento, Reino Unido, con un 8,7 por ciento, Australia, con 4,7 y Japón, con un 3,7 por ciento.
Pero al observar la evolución de las inversiones durante este período, Estados Unidos exhibe una fuerte pérdida del terreno histórico. La inversión extranjera estadounidense ha venido descendiendo sensiblemente desde las últimas dos décadas. Entre 1996 y el 2000 las empresas estadounidenses invirtieron en Chile más de 6.700 millones de dólares, pero entre el 2002 y el 2008 estos flujos cayeron a 2.300 millones. Aun cuando el 2009 aumentó a 2.900 millones, abultada por la compra de la cadena de supermercados D&S por la multinacional Wal-Mart, no es probable que marque una tendencia. El 2001 las empresas estadounidenses invirtieron 1.800 millones, flujo que cayó casi a cero durante los años siguientes.
Por sectores de la economía, la inversión estadounidense es diversificada, con un predominio en el sector servicios y la minería, pero también una fuerte presencia en los servicios básicos (electricidad, gas y agua), transportes y telecomunicaciones e industria. Del total de las inversiones en el área de servicios, que suman 6.600 millones de dólares, casi la mitad radica en el sector comercio, en tanto el resto en diversos tipos de negocios financieros, desde bancos, compañías de seguros, sociedades de inversión o fondos de inversión.
Tras los procesos de privatizaciones y posteriormente de fusiones y adquisiciones, las inversiones de Estados Unidos en Chile se han destinado a la adquisición de empresas de servicios ya existentes, particularmente de los sectores de electricidad, telecomunicaciones, financieras y comerciales. Son las denominadas inversiones sustitutivas, que no generan nuevos empleos, y que, por el contrario, generalmente vienen acompañadas de reestructuraciones y despidos.
Las inversiones norteamericanas se han desplazado de forma evidente desde el sector minero a los servicios. Entre 1974 y 1993, el 70 por ciento de la inversión de Estados Unidos estaba concentrada en la minería, distribución que ha disminuido a partir de entonces. Entre 1999 y el 2004 los flujos norteamericanos destinados a la minería descendieron al 15,3 por ciento del total. En sentido inverso, las inversiones en servicios alcanzaron el 77 por ciento del total durante el periodo 1999 y 2004, principalmente en los sectores Electricidad gas y agua, comercio y comunicaciones.
Un intercambio comercial deficitario
Pese a contar con unos de los primeros grandes TLCs, el comercio con Estados Unidos ha sido desplazado durante la última década por otros países. Hoy en día es China, nación con la que también existe un TLC, el primer comprador de las materias primas chilenas. Las tasas de crecimiento de las exportaciones hacia ese mercado, principalmente mineras, probablemente cambiarán en el corto plazo la estructura de la canasta exportadora, colocando a China no sólo como el gran mercado exportador chileno, sino al cobre, y muy por encima del resto de las materias primas, como el principal producto chileno. Hacia finales del año pasado, las exportaciones chilenas a China crecieron casi un 50 por ciento y representaron casi un cuarto del total de bienes exportados.
Con Estados Unidos la relación es muy diferente. A diferencia de las ventas a China, que crecieron el año pasado a una tasa del 50 por ciento, las destinadas al mercado estadounidense aumentaron sólo un 16 por ciento. Hoy Estados Unidos es el tercer socio comercial chileno, y absorbe apenas el diez por ciento del total de las exportaciones, básicamente cobre, productos forestales y fruta fresca.
Si nos remontamos al 2005, la estructura era totalmente distinta. Estados Unidos era el primer socio comercial chileno, con el 15 por ciento del total de las exportaciones chilenas, seguido por Japón, con poco más del once por ciento, y China, con el diez por ciento.
En importaciones es otra la figura: Estados Unidos sigue, como ha sido históricamente, como el principal abastecedor de productos para el mercado chileno, con casi el 20 por ciento del total importado por Chile. Entre enero y septiembre del año pasado EE.UU. vendió a Chile bienes por casi siete mil millones de dólares, superando a China y a todos los países de la Unión Europea juntos. Hace cinco años atrás, Estados Unidos concentraba sólo el 14 por ciento de las importaciones chilenas.
Los gobiernos chilenos persiguieron hasta finalmente suscribir el TLC con Estados Unidos pensando en el poderoso mercado estadounidense para las exportaciones nacionales. Pero a seis años de vigencia del Tratado, el gran beneficiado ha sido Estados Unidos: el país con el mayor déficit del mundo, tiene superávit comercial con Chile.
La canasta de importaciones de productos estadounidenses no está cargada de bienes de consumo. En general está compuesta de bienes intermedios e insumos, básicamente combustibles y alimentos básicos, como trigo. Sólo una escasa proporción corresponde a bienes elaborados, como camiones, automóviles, motores y maquinarias.
A merced de la especulación financiera internacional
Si en el comercio bilateral Chile no ha ganado con el TLC con Estados Unidos, hay otras áreas en las cuales tampoco ha resultado muy favorecido. La firma del Tratado en 2003 incluyó la completa eliminación del encaje al ingreso de capitales foráneos, mecanismo que obligaba a los inversionistas extranjeros a depositar un determinado monto en el banco central chileno por un periodo mínimo de un año, medida que inhibía las inversiones especulativas y las salidas masivas de capitales en momentos de inestabilidad. Con la eliminación de esta cláusula, se incentivan las inversiones especulativas en tanto que la economía chilena queda en una situación de mayor vulnerabilidad ante las crisis financieras externas. La actual baja del dólar y pérdida de competitividad de los exportadores chilenos es un efecto de esas políticas: cada día pueden ingresar y salir ingentes cantidades de divisas, las que circulan por los mercados chilenos en busca de ganancias de corto plazo.
El Tratado de libre comercio, aun cuando libera los intercambios comerciales y los flujos de inversión a unos pocos actores poderosos y privilegiados, por otro lado acota y limita gravemente el libre comercio. Una de estas limitaciones surge de cláusulas opacas del TLC, las que lindan con miradas políticas e ideológicas. Una de ellas ocurrió tras la adquisición de la cadena de supermercados D&S por la multinacional Wal-Mart. Pocos meses después de la compra, los nuevos dueños retiraron de las góndolas todos los productos cubanos y venezolanos, argumentando razones de estado. Un caso similar sucedió en México cuando el hotel Sheraton del DF, presionado desde Washington, expulsó a una delegación cubana. México, recordemos, ingresó en el Nafta o TLCan en 1994, con resultados, hasta el día de hoy, muy poco felices.
Otros casos igualmente preocupantes suceden con la información y la televisión.
De los 17 canales de cine y series que ofrece
El poderío comunicacional estadounidense está presente también en la televisión abierta a través de Chilevisión, canal que compró al presidente empresario Sebastián Piñera el año pasado en 155 millones de dólares. Con esta compra, Time Warner está presente en la generación de informativos no sólo a través de Chilevisión, sino también de CNN Chile.
Chilevisión es hoy un gran negocio, que crece en sintonía y utilidades. La estación controlada por Time Warner duplicó sus ganancias el año pasado, al sumar 36 millones de dólares, cifra muy por encima de su inmediato competidor, Mega, con ganancias por 14 millones.
Si sumamos al dominio de la televisión chilena la industria del cine, veremos una fuerte hegemonía cultural estadounidenses. El control no sólo existe en las cadenas de salas de cine a través de Hoyts (de propiedad del fondo de inversión estadounidense Linzor capital Partners, que también controla la Universidad santo Tomás y la isapre Cruz Blanca) y Cinemark USA (con casi cinco mil salas en EE.UU. y Latinoamérica), sino también en los contenidos, abrumadoramente estadounidenses.
Las inversiones chilenas en Estados Unidos, celebradas como un gran éxito para la economía nacional, es un simple espejismo. Se trata de operaciones que sólo reflejan la fuerte concentración del capital en Chile, fenómeno que ha permitido que unas pocas grandes corporaciones de capitales locales inviertan en otros mercados, como ha sido el caso de Cencosud y Falabella en diversos países latinoamericanos. Este proceso de inversión en nada ha favorecido a la desconcentración del capital, a la generación local de empleos ni al bienestar de la población.
La balanza de servicios con Estados Unidos, (que es el comercio de las transacciones sobre transporte, viajes, comunicaciones, construcción, seguros, servicios financieros, informática, derechos de licencia, culturales y recreativos, entre otros) es claramente deficitaria para Chile, lo que expresa la fuerte presencia de compañías estadounidenses en el mercado chileno. Entre el 2004 y el 2007 los servicios exportados por Chile aumentaron menos de un 40 por ciento a EE.UU, en tanto los de Estados Unidos a Chile crecieron más de un 60 por ciento. Si el 2004 Chile importada servicios desde Estados Unidos por 1.300 millones de dólares, el 2008 la cifra llegó a casi dos mil millones. El TLC en esta área ha sido también muy beneficio para el país del norte, y muy poco favorable para Chile.
Esta situación era previsible a la hora de firmar el TLC. Estados Unidos tiene una aplastante superioridad mundial en el comercio de servicios, por lo cual el TLC, lleno de concesiones a esas compañías, ha sido un traje a la medida para su expansión en Chile. Lo que observamos en el ámbito de las comunicaciones, la cultura, la publicidad, el comercio, el transporte de encomiendas y otros servicios, es un efecto de esas concesiones.
Y si la norma o los convenios comerciales no se ajustan a los intereses de las transnacionales, Estados Unidos recurre, como tradicionalmente lo ha hecho, a otras técnicas, las que van desde la presión a la intervención política. Las filtraciones divulgadas hace unas semanas por Wikileaks y publicadas por Ciper Chile son una evidente muestra de esta otra forma de hacer negocios. Durante el gobierno de Michelle Bachelet la embajada de estados unidos presionó a su gobierno para que aprobara el proyecto termoeléctrico Campiche de la empresa estadounidenses AES Gener. Como el lugar de emplazamiento de esta central no era apto para este tipo de actividades, el gobierno, a a través de un decreto supremo, cambió de la noche a la mañana el uso de ese suelo.
PAUL WALDER
Artículo Publicado en Punto Final