Cuando la gente de izquierda hace su listado de exigencias inmediatas, resplandece la propuesta de impulsar una nueva Constitución mediante una Asamblea Constituyente.
Como si no se corriera el serio riesgo de que los ingenieros de la derecha y sus socios de
Pero que resulte peor que la actual con el agravante que, ahora sí, sería legítima.
Quien crea que esto es imposible, que recuerde la única expresión política relevante desde el punto de vista de los sectores populares de los últimos años: el movimiento secundario del año 2006.
Pocas veces se ha visto en los últimos decenios, una movilización de verdad, que apuntaba al corazón del sistema y que hizo temblar a los mandamases de entonces.
No resulta raro que de esa historia nadie hable a pesar de las implicancias que tuvo y de la importancia histórica que debería tener cuando se haga la revisión de estos tiempos asfixiados por el sonambulismo y paralizados por las deudas. Desde el punto de vista de los mandamases, fue un mal ejemplo que hay que sepultar en el olvido inducido
La presidenta del régimen de entonces no dudó en poner en marcha una operación de inteligencia. Con el explícito propósito de tomar el guante con el que los estudiantes retaban al sistema, organizó el desmantelamiento de esa rebeldía con el mejor de los argumentos: redactar y promulgar una Nueva Ley de Educación
Ya sabemos qué resultó. Una Ley General de Educación que reemplazó a la anterior Ley Orgánica Constitucional de Educación y que en los hechos es mucho peor que la anterior a juzgar por los resultados que está dando: el fin de la educación pública, la profundización de la brecha de clases, una educación para ricos y otra para pobres, la precarización de la profesión docente y la victoria final de la educación privada.
La paradoja queda establecida: un movimiento rebelde exige cambios, la autoridad asume el desafío de esos cambios y el resultado es un cambio pero en sentido inverso.
El anquilosamiento de
La enseñanza repetida a lo largo del tiempo indica que las nobles ideas requieren de mucha fuerza para triunfar. Al contrario, si no se tiene esta fuerza, exigencias en un sentido, terminan siendo para el lado completamente opuesto.
Los avances en política son posibles solamente si se tiene la suficiente fuerza para imponerlos. Desde que el mundo es mundo, los avances en términos de calidad de vida, de justicia y mejores condiciones de trabajo, estudio, habitación, seguridad y derechos políticos de los más desposeídos han sido mediante largas luchas no exentas de represión, sufrimiento y muerte.
Para el gilerío de todos los tiempos, ninguno de sus pocos derechos han sido un regalo buena onda de los poderosos, sino resultado de la organización del pueblo en sus partidos y organizaciones que han dirigido luchas políticas mediante largas movilizaciones, entendidas éstas últimas como procesos políticos que seducen a muchas personas y la disponen a dar el combate en forma decidida.
Las extensas propuestas que intentan convencer a las personas para adscribir a un proyecto popular que se cruce al statu quo y levanta una alternativa, han partido hasta ahora con largos listados de exigencias y condiciones, partiendo por una nueva Constitución.
El ánimo que guía estas exigencias democráticas, cuando no revolucionaria de sus redactores, tiene sus bases en la idea de un país que de considerar los cambios propuestos, sería, sino democrático en términos absolutos, por lo menos mucho más que el orden actual.
Pero esas peticiones democráticas sin fuerza propia no pasan de ser un listado de intenciones nacidas de la voluntad de un grupo que no alcanza para destrabar el sonambulismo de la gente, a la que no le dice nada o le dice poco.