Sentada en un vagón del Metro, me es inevitable levantar la vista cuando paso por la estación de Gamla Stan. Ahí, a la salida del túnel, me encuentro cara a cara con esta ciudad que flota en el agua. Pero el reflejo del desarrollo y las luces de Estocolmo no delatan los rincones sucios que se esconden entre callejuelas retorcidas, extendiéndose como venitas por toda la ciudad. Lo que ocurre bajo tierra, sobre los techos o en la cocina de un restaurant cualquiera a veces pasa inadvertido, y existe la necesidad de generar discusión sobre lo que está pasando en la sociedad en que vivimos. Hay que hablar sobre el uso y abuso que se hace de la mano de obra de personas sin permiso de residencia en Suecia.
La migración forzada ha sido uno de los millonarios efectos del modelo económico imperante en el globo, y el flujo es siempre hacia el norte. Las personas se trasladan en busca de mejores condiciones de vida. Después de un largo trabajo de investigación para mi tesis de posgrado –Disposable workforce: experiences from undocumented workers within the Swedish informal labour market- de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad de Estocolmo, descubrí distintas historias de personas que han llegado a trabajar a la “perla escandinava” desde la América morena.
Es relativamente fácil obtener un puesto de trabajo en Suecia. El mercado laboral informal pareciera encontrarse en una época de auge. Estamos hablando de un sistema que de a poco se ha ido instaurando con precarias condiciones de trabajo contrarias a la legislación laboral de este país. En ese sistema no existe ningún tipo de contrato entre las partes, tampoco horario fijo, vacaciones, etc.
Historias reales
Estas historias dejan de ser mitos urbanos cuando sus protagonistas relatan lo que han vivido. No puedo olvidar los ojos enfurecidos de uno de mis entrevistados al recordar sus sentimientos al ver a un compañero de trabajo en el suelo tras caer de un techo desde 8 metros de altura, y no saber cómo actuar frente a la llegada de los paramédicos de la ambulancia: sin documentos en regla, hay muchos que prefieren esconderse en una situación como esa. Otra participante de la investigación relataba la dificultad de las mujeres para enfrentar a jefes que las acosan sexualmente, debido a la imposibilidad de realizar una denuncia. También adolescentes que trabajan en la construcción han sido víctimas no sólo de trabajo infantil, sino también de maltrato físico y sicológico, que van desde golpes con herramientas en la cabeza hasta la prohibición de bajar de los techos donde trabajan para hacer una pausa, viéndose obligados a utilizar botellas plásticas para orinar. Esta es la realidad de muchas personas que laboran aquí, pero que a ratos parecieran historias de un lugar muy lejano a Suecia.
Según Lotta Holmgren, trabajadora social y activista de SAC (Sveriges Arbetares Centralorganisation) es muy difícil precisar la fluctuación de los salarios debido a que no existe información estadística en este tema. Pero SAC ha realizado estimaciones y señala que en algunos trabajos se llega sólo a 20 coronas (mil quinientos pesos chilenos) la hora, así como también existen muchos casos de ausencia completa de sueldo, tras engaños y estafas por los empleadores.
Los subcontratistas
Lotta Holmgren señala que hay ausencia de control por parte del gobierno. Por otra parte, existe una compleja red empresarial en que las grandes empresas contratan los servicios de otras pequeñas por cortas temporadas. Este sistema está generando gran competencia entre las empresas pequeñas que disputan la mayor cantidad de contratos posibles para generar mayores ganancias. En consecuencia, para sobrevivir, reducen sus gastos a costa de la mano de obra que ocupan y también realizan los trabajos en poco tiempo. De este modo sus servicios se tornan más atractivos. Tras la recolección de información para el estudio se constató que estas medianas o pequeñas empresas subcontratistas son una fracción de una estructura mayor que, por cierto, también forma parte del mercado global de capitales transnacionales, que alimenta esta forma de explotación facilitando la acumulación a las grandes compañías junto con el atropello a los derechos laborales.
Los ejemplos de trabajo forzado que salen a luz en la investigación son numerosos. Van desde jornadas que se prolongan por tres o cuatro días sin descanso, durmiendo un par de horas en el mismo lugar de trabajo, sin alimentación adecuada, hasta la distribución de Red Bull(1) y café para mantener a sus trabajadores despiertos para cumplir los acuerdos entre las empresas. De esta forma, para el mundo empresarial la persona que hace el aseo, trabaja en la construcción, lava platos, saca la nieve del techo, sólo es una herramienta. El trabajo se hace rápido y nadie conoce a los patrones. Si ocurre algún accidente, la empresa contratista se desliga de toda responsabilidad. Todo muy efectivo y cómodo para los dueños del capital.
Este sistema tiene su motor en la necesidad desesperada de obtener algún ingreso y la evidente desventaja de esas personas que no poseen ningún tipo de derecho civil. Las personas se ven obligadas a aceptar estas condiciones de trabajo. A partir de esta realidad emergen distintos problemas que se describen en el marco de la investigación por quienes trabajan en este mercado, como por ejemplo la estafa, el abuso por parte de los empleadores (que puede incluir tanto maltrato físico como sicológico), abuso sexual, riesgo constante de sufrir un accidente laboral, extensas jornadas de trabajo, desacato a la reglamentación sueca, etc.
Esclavitud moderna
Con la información recogida en esta investigación fue posible comparar este sistema de mercado laboral ilegal sueco con una forma de esclavitud moderna, la cual postula que a partir de la sobreexplotación humana, avalada por el sistema capitalista, se ha comenzado a generar mano de obra de muy bajo costo, desechable e invisible. Si bien la esclavitud fue abolida en 1807 y en el discurso moral se considera superada, encontramos rasgos de esta institución en Suecia, ejercida hacia los que carecen de documentos. La esencia de este concepto radica en la total subordinación económica a que son sometidos los trabajadores, lo que permite al empleador adquirir control sobre las personas al sumarle el abuso de poder. Todo ello nos acerca a la explotación extrema propia de la esclavitud. Y aún peor, surgen nuevos elementos, como la condición desechable del “esclavo moderno”; es más barato para el empleador desechar a un(a) trabajador(a) que ya no es útil si se enferma: lo reemplaza por otra persona eliminando así cualquier costo extra. También se ha transformado en una práctica globalizada, en un estándar de condiciones laborales uniforme para todo el continente europeo, y más allá. Otro rasgo está dado por la supeditación de la condición humana a la ciudadanía; sin ella, estamos expuestos a la negación y atropello de los derechos esenciales estipulados en la Convención Internacional de Derechos Humanos. No importa ya que “los esclavos” pertenezcan a una etnia determinada o vengan de un mismo continente.
En el trayecto diario del Metro pareciera que me encuentro en un mundo en donde todo funciona al amparo de la ley. Pero cuando estamos alertas, el submundo de los trabajadores ilegales aparece por todos lados. Aquellos fantasmas invisibles se pueden encontrar trabajando en cualquier parte, dentro del mismo Metro, en el pasillo de mi edificio o en la universidad, en los edificios en construcción, o en una lujosa cadena hotelera. Es importante hacer visible esta realidad y asumir nuestra responsabilidad. No es posible que un simple timbre en el pasaporte otorgue el lugar en que encajamos en la sociedad, no puede ser que la tinta sobre el papel indique si somos parte del sistema o si estamos fuera.
MAHUIDA HORMAZABAL
CONTRERAS (*)
(*) Trabajadora social residente en Suecia. Este artículo se basa en su tesis de posgrado en la Universidad de Estocolmo.
Una bebida energizante prohibida en varios países de Europa debido a propiedades que se consideran riesgosas para la salud. (Ver: http://es.wikipedia.org/wiki/Red Bull).
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 728, 4 de marzo, 2011)
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