Al cumplirse un año desde el último terremoto, el Presidente de la República y otras autoridades apelan a la unidad de los chilenos para enfrentar la tarea de reconstrucción. Se nos convoca, asimismo, a enfrentar unidos las adversidades de la crisis energética mundial, las demandas territoriales y limítrofes de nuestros países vecinos, así como para salirle al paso a la delincuencia que asola en las ciudades y barrios del país.
La unidad, se nos dice, puede llevarnos a ser un país grande, próspero y bien considerado por la comunidad internacional. Sin embargo muy poco o nada se avanza en materia de equidad, superación de la pobreza y consolidación de un régimen que considere las demandas del pueblo a la hora de tomar resoluciones políticas y económicas. De un año a esta parte, la cifra de pobres se ha elevado y la calidad de vida de la población ha sufrido estragos por el mismo terremoto, el alza de los combustibles y de la locomoción colectiva, en una realidad cotidiana en que los ingresos siguen mermándose respecto de la inflación. Familias de clase media bajan su estatus y se transforman en pobres, mientras que miles de personas modestas son condenadas a volver a la indigencia. Esto ocurre al mismo tiempo que los bancos y el conjunto de las grandes y medianas empresas se ufanan públicamente de obtener utilidades en el último año que superan el 50 por ciento respecto de las del 2009.
Se predica que la educación es fundamental para el engrandecimiento del país”, pero apenas termina el año escolar, entre gallos y media noche, la clase política conviene reformas sólo cosméticas en la enseñanza. Y nuevamente los niños y jóvenes del país inician un año escolar en los mismos y segregados establecimientos para ricos y pobres. En tanto, el año que se inicia encuentra a las universidades públicas con menos recursos que antes, enfrente de entidades privadas que lucran descaradamente al margen de la Ley y reciben nuevas y onerosas prebendas fiscales.
Se nos promete que el país resolverá sus necesidades energéticas en el más pleno cuidado de nuestros ecosistemas, pero iniciamos el año con la noticia de que enormes empresas geotérmicas se instalarán en el norte y en la zona austral de Chile, mientras que el proyecto de Hidroaysén compra conciencias con millonarias campañas publicitarias que ya tienen a su favor a los políticos y a los medios de comunicación siempre dispuestos a traicionar a la patria en beneficio de los intereses de sus sostenedores nacionales y extranjeros. En el discurso, se valora nuestra prodigiosa diversidad natural tan propicia para el desarrollo de energías limpias, pero en la práctica se ofende nuestro medio ambiente y a la salud de los chilenos al implementar las más sucias alternativas.
Los tribunales de justicia y las fiscalías militares siguen en su empeño de reprimir al pueblo mapuche y aplicar todo el rigor de la Ley a los pobres, pero ahí siguen impunes los delincuentes de cuello y corbata, los empresarios que se coluden para subir los precios de los fármacos; los militares que se enriquecen con las licitaciones y la compra y venta de armas, como los políticos cebados con el erario nacional. Hasta para un perverso, como el cura Karadima, existen consideraciones procesales y resquicios para escapar de la cárcel y el rigor que en ella reciben los pedófilos y violadores cuando no están cubiertos por el dinero o las embestiduras de los privilegiados del país. (¿Deberemos conformarnos con la sanción vaticana y su curiosa condena a orar de por vida bajo el cuidado de las amables religiosas que lo asisten?)
Mientras miles de chilenos quedan a la intemperie por los cataclismos o la cesantía, las multimillonarias transacciones accionarias del Jefe del Estado se ventilan ante la opinión pública en un signo inequívoco de indecencia, más que de transparencia. Así como otras operaciones hablan del vertiginoso avance de la concentración empresarial, la pérdida de nuestra soberanía económica en la que las inversiones extranjeras se elevan hasta las más altas cumbres de nuestra cordillera, como el repugnante megaproyecto de Pascua Lama. “Los chilenos debemos permanecer unidos para hacer frente a la demanda marítima boliviana” se nos proclama por cierta prensa, pero no se pide la misma actitud para oponernos a la enajenación de todo nuestro territorio, ríos, lagos y costas.
Se celebra hipócritamente el alzamiento popular contra las dictaduras, así como se rasgan vestiduras respecto de la impúdica conducta de otros gobernantes, pero en la próxima apertura del año legislativo, otros dos senadores ocuparán curules senatoriales nominados sólo por sus partidos, sin consulta electoral alguna. Dos nuevos legisladores que se integran a un parlamento en que reina la comparsa y el cogobierno de una clase dirigente prácticamente perpetuada allí (y muy bien remunerada) gracias a un sistema electoral que poco o nada tiene de republicano y podría asociarse más a las instituciones de los mandamases y jeques del norte de África que de los regímenes occidentales.
Nos aprestamos a un año en que se auguran problemas y en que los trabajadores vuelven de sus vacaciones en la incertidumbre de sus puestos de trabajo y la precariedad de sus remuneraciones, enterando ya 21 años sin sindicatos y negociaciones colectivas para el 90 por ciento del mundo laboral. Con una CUT sumida en la podredumbre cupular, mientras que las asociaciones patronales lucen henchidas por su influencia y varios de sus integrantes rotan de las gerencias al Gobierno, especialmente ahora en que hasta el terremoto, se nos dice, es una “oportunidad de buenos negocio”.
¡De qué unidad nos hablan, cuando el país no se mueve un milímetro de los agudos contrastes en que vive su población! Cuando lo que se fomenta desde el estado y la política es la frustración social y la desesperanza, incluso cuando mejor nos va con el precio del cobre y las arcas fiscales están colmadas de recursos que, nos dicen, sería irresponsable gastar cuando se reservan para la época de “las vacas flacas” o los nuevos remezones telúricos y del mercado. Una excusa abominable, sin duda, cuando lo que se busca desde el poder es justamente la sociedad desigual, en que la riqueza de algunos ni siquiera rebalse a los pobres y marginados en prevención de que se alteren los índices macroeconómicos. Que las mayorías sufran carencias que son necesarias para garantizar un orden establecido dominado por la voracidad irrefrenable de unos pocos, la complicidad de sus sicarios en toda la política y el estado de postración cultural de un pueblo que prodiga los más fervorosos aplausos en el Festival de Viña del Mar a la procacidad, la farándula y la desvergüenza televisada.
De continuar todo así, por lo que hay que aguardar, más bien, es por una insurrección social. Por la movilización sin mediadores de los oprimidos y sus propias organizaciones. En un proceso similar de protestas como las que desmoronaros a la Dictadura y tiene en aprietos a tantos regímenes autoritarios y despóticos al otro lado del mundo. En la esperanza, esta vez, de que los rebeldes no sean desactivados o traicionados por las hipócritas transiciones.