La única facultad que posee el Parlamento chileno para fiscalizar la monarquía presidencial es la acusación constitucional. Las interpelaciones y las comisiones investigadoras no tienen ningún carácter vinculante, ni menos, imperio. Si no fuera por la institución de la acusación constitucional, el régimen político chileno se diferenciaría muy poco de los autoritarismos que, como en el caso de Egipto, por ejemplo, habían empleado la vía electoral para mantenerse treinta años en el poder.
Si interpretamos el espíritu del constituyente de 1925 la acusación constitucional fue una concesión al parlamentarismo; en el fondo, Arturo Alessandri comprendía bien que había que dejar una vía posible para el control y fiscalización de autoridades que, en el presidencialismo, contaban con un poder ilimitado; en consecuencia, la acusación constitucional no sólo es útil para juzgar delitos – como lo sostiene la letra de
Si revisamos la historia de las acusaciones constitucionales, la mayoría de ellas han sido juicios políticos: contra Manuel Montt, en el siglo XIX: Carlos Ibáñez del Campo, en 1931; Arturo Alessandri, en 1939, siendo sólo aprobada contra el dictador Carlos Ibáñez del Campo. En el caso de las acusaciones contra los ministros, cada vez que el presidente de la república ha tenido minorías en ambas Cámaras, los libelos han sido aprobados – en el período de Ibáñez, 1952-1958; en el de Salvador Allende, 1970-1973.
Para no remontarnos tan lejos en el tiempo, en los veinte años de
En el caso de J. van Ryesselberghe, nuevamente el escenario se repite. Parece evidente que la única forma de salvar a la intendenta de la acusación es destituirla ipso facto, pero la soberbia y demagogia de
En síntesis, el camino de la acusación constitucional, en este caso, tiene muchas posibilidades de éxito, dando paso a una resurrección de la oposición que, hasta ahora, ha demostrado una gran incapacidad, fruto de la carencia de ideas y proyecto país y de la miserable ambición de sus líderes que se creían dueños del poder y aún les cuesta aceptar que por su soberbia y ambiciones desmedidas, los electores los enviaron al basurero del la historia.
Rafael Luís Gumucio Rivas
14/02/11