Al iniciarse el segundo año de gobierno de Sebastián Piñera los partidos de derecha, con dos políticos connotados, Andrés Allamand y Evelyn Matthei, intentan dar un golpe de timón que lleve al Ejecutivo a la concreción de auténticos postulados de la derecha tradicional neoliberal, es decir, llevar a cabo un plan concreto de privatizaciones en las sanitarias, el Enap – si fuera posible – en Educación y en Salud.
Quedó atrás el quinto gobierno de la Concertación, el de los gerentes del retail, que sabían mucho de técnica, pero muy poco de política, No cabe duda de que la derecha intentará, aprovechándose de la inexistencia de la oposición para imponer su utopía privatizadora.
Cada día que pasa se van descubriendo las enormes falencias de las cuales adolecían los últimos gobiernos de la Concertación: en el Ministerio de Defensa, los militares hacían lo que querían, sin ningún control por parte de ministros y subsecretarios – el fin del ministro Jaime Ravinet fue verdaderamente catastrófico-; en Salud ocurría algo parecido, especialmente en la pésima atención a los pobres y una enorme deuda hospitalaria y nula voluntad de reformas del sistema hospitalario; en Educación, la Concertación no tuvo ninguna voluntad de traspasar las escuelas municipales al Ministerio de Educación – se limitó a pactar con la derecha y celebrar su triunfo en esa ridícula ceremonia en el Palacio de La Moneda-.
La verdad es que muchos se preguntan por qué tanta incapacidad y carencia de voluntad de cambio: para algunos fue pura y simplemente miedo a los militares – especialmente en la primera etapa- o una verdadera mimesis, en que los antiguos revolucionarios se convirtieron en los nuevos ricos y, como es lógico, piensan como ellos. La Concertación no es la nueva cara de la derecha, sino la mismísima derecha.
Para colmo de males, la derrota no sirvió a la Concertación para nada y siguen actuando de la misma manera, sin caer en cuenta que están en la oposición: aprueban el llamado royalty minero y, ahora, la ley de Reforma Educacional, que mantiene el mismo sistema municipal, completamente fracasado y que no permite cambios substanciales para garantizar la calidad y la equidad en la educación pública que, a mi modo de ver, al menos debiera visualizar una subvención de $200.000 por alumno en las escuelas más vulnerables, y $150.000 para todas las escuelas municipales. Gracias a la colusión entre un sector de la Concertación y el ministro Lavín, vuelve a postergarse la revolución educacional.
Ahora surge el famoso asunto de la Cenabast: nuevamente queda al desnudo la desidia e incapacidad de los funcionarios de los gobiernos anteriores: el sistema público de salud, en el caso de la Cenabast estaba demostrando incapacidad para proveer a los enfermos de los medicamentos necesarios para tratar sus enfermedades, muchas de ellas crónicas. Nuevamente la derecha quiera aprovecharse, en su afán privatizador, de estas falencias, para terminar con el Cenabast y entregar los medicamentos a las farmacias coludidas, entre cuyos accionistas se encontraba antiguamente el actual primer mandatario.
Según el diputado Juan Luís Castro, esta reforma consideraría el beneficio de los laboratorios, que tendrían todas las ventajas para negociar directamente con los hospitales y laboratorios. Los medicamentos absorben, prácticamente, el doble o el triple de las pensiones de los adultos mayores que, en los últimos años de su vida tienen que recurrir al endeudamiento para tratar las patologías crónicas que padecen.
Si alguien le pregunta a un adulto mayor dónde le gustaría ser atendido, qué duda cabe que elegiría la clínica Las Condes – otrora dirigida por el actual ministro de Salud-; el engaño de la Reforma que propone el gobierno consiste en que el Estado esté dispuesto a financiar, per sécula, estas prestaciones; lo más posible es que al año envía a los pobres a los hospitales públicos.
Pienso que sería mucho mejor una gran inversión en los hospitales públicos que permitan que los pobres sean atendidos igual que los ricos, que ojalá tengan la misma esperanza de vida y un tratamiento digno y, al menos, en este campo, no sea el dinero el que defina la salud o la enfermedad de un ciudadano.
Rafael Luis Gumucio Rivas